martes, 24 de noviembre de 2009

Opciones...

La tele encendida era lo único que eludía la total oscuridad del cuarto. Yo estaba acostado en mi cama mirando de a ratos el programa de fútbol nocturno que estaban dando, pero algo en mi cabeza no me dejaba tranquilo. Claro, a la una de la mañana, si tenés todavía algo en la cabeza, tranquilo no podés estar. En mi mente se arremolinaban tres variantes que llamaban mi atención y reclamaban su espacio en mi cabeza. No podía decidirme a cual tenía que priorizar. Era como cuando están dando tres películas en tres canales distintos y no sabés cual elegir, y te prometes mirar una cuando la otra esté en la pausa, pero lo cierto es que la pausa viene al mismo tiempo en las tres películas. Con el correr de los segundos, una neblina adormecedora entorpecía mis sentidos y mezclaba las distintas sintonías de cada temática que rondaba por mi mente.

"Maradona tiene que consultar más con Bilardo, no puede confiar sólo en su experiencia como jugador para llevar adelante una selección como Argentina...", decía Martín Souto en el televisor. Siempre me sentí atraído por ese tipo de debates en los programas de fútbol, especialmente si el tema de charla es la Selección Argentina.

"Sus ojos brillantes me hipnotizaron, me volvieron loco, algo tengo que hacer. Esa sonrisa, esa mirada...". Mi mente abría también su propio debate. Si de una mujer se trata, el debate suele durar horas y horas. No era recomendable a esas horas.

"...Yo me encontraba viajando en bicicleta el día anterior, y ahí estaba mi hermano, lo miré y... Y comencé a caer. Caía por un tunel negro interminable...". El sueño también comenzaba a imponer sus flashes en mi mente.

Yo estaba conciente de cada una de las tres opciones que se me presentaban, pero debía elegir una. No podía quedarme con las tres, sería complicado seguir tres impulsos al mismo tiempo. Era: O el impulso de prestarle atención a uno de mis temas favoritos, o prestarle atención a lo que sentía mi corazón, o finalmente, darle lugar a mi necesidad de dormir.

Si la decisión la tomara bien despierto, primero que la opción del sueño no existiría, y claramente hubiese elegido la segunda, la de la mujer. Esos programas, al fin y al cabo, siempre hablan lo mismo, a menos que den una noticia de último momento, pero al parecer, Maradona todavía no se había tirado en paracaídas desnudo ni había asaltado una tienda con un nunchaku. Simplemente, era un debate sobre lo que todos ya sabemos.

Lamentablemente, en ese momento, mi poder de decisión se ablandaba y las ganas de dormirme crecían, hasta que las tres variables en mi mente se convirtieron en un producto híbrido, en una mezcla absurda e irreal.

Esto es lo que yo recuerdo antes de despertarme al día siguente:




Yo pedaleaba por un camino sinuoso y oscuro, buscando por todos lados una señal de ayuda. Parecía asustado, no estaba muy seguro por qué, pero sentía que alguien me perseguía. La oscuridad era cada vez mayor, y el camino cada vez más angosto. Todo daba a suponer que el camino era interminable. Pedalié unos cien metros más y, por primera vez, divisé a un ser humano en mi extraño viaje. Era el gringo Heinze haciendo dedo con un mapa en la mano. Preferí seguir adelante, ya que en una bicicleta no había mucho lugar para los dos. Nunca se me ocurrió detenerme a preguntarle si conocía el camino. Con sudor en mi frente continué pedaleando, comenzando a sentir un sutíl cosquilleo en el estómago. De repente, la bicicleta perdió las ruedas y las cambió por alas, y comenzó a ascender en un lento vuelo. Sentía que me agarraban por detrás. Me di vuelta para observar, y una muchacha de ojos negros como el azabache estaba sentada detrás mío. Ella sonreía de forma seductora, imponiendo un aire de superioridad. Al notar esto último, decidí situar otra vez mi mirada al frente. Ella me había hipnotizado en un segundo. En un segundo me había vuelto adicto a sus ojos. Cuando volví a mirar hacia atrás, curiosamente, la bella muchacha ya no era tan bella, porque de hecho ya ni siquiera era una mujer. Su rostro anciano y su gran nariz me recordaban a alguien. Cuando ese, ahora hombre, comenzó a hablar, entendí de quién se trataba. Carlos Salvador Bilardo. "Tomate un Gatorei, nene" me decía. Con una maniobra brusca logré hacer que Bilardo caiga de la bicicleta voladora. Tuve miedo de haberme enamorado de él, habiendo confundido esa terrible nariz con una naricita chiquita, o esos ojos cansados con aquellos ojos negros que creí haber visto al principio. Pero estas falsas deducciones llegaron a su fin cuando volví a sentir que me abrazaban por detrás. Otra vez giré mi cabeza y otra vez volvió a aparecer esa muchacha. Su cabello oscuro ahora flameaba por el viento y su sonrisa seductora ahora era más grande. Mi corazón se aceleró de los nervios. No sabía que decirle, pero a su lado me sentía seguro. Por alguna casualidad, ella tenía en sus manos una espada. Una espada plateada. Como si nada, ella movió su espada hacia ambos lados, y por lo visto, cortó las alas de la bicicleta. Ella se esfumó al instante. Ahora, lo que había sido un alto vuelo se había convertido en un descenso violento. Desesperado, traté de hacer toda clase de artimanias para salvarme, pero lo cierto es que el suelo macizo esperaba ansioso que me estrelle contra él. Como por arte de magia, Juan Pablo Carrizo apareció con un par de guantes gigantes para atajar mi caída, y me retuvo entre sus brazos. Pero antes de que pudiese agradecerle, al grito de "¡Salímo...!", me soltó para luego darme una patada en la espalda y mandarme otra vez a volar con bicicleta y todo. Como venía teniendo suerte, esta vez no fue la excepción, y tuve el honor de que la Brujita Verón me pare de pecho. Su gesto elegante me permitió acomodarme, patear la bici para un costado y manotearle la escoba a la Bruja de entre las piernas. Ahora mi viaje ya no era en bicicleta, si no que era un vuelo en escoba. Por primera vez se dibujó una sonrisa en mi cara. Volví a escaparme del peligroso camino para viajar otra vez por los aires. Pero mi mayor temor todavía persistía. Y así fue como se hizo real: La muchacha volvió a aparecer, pero ya no me abrazaba por detrás, si no que ahora apareció por delante mío. Me miró y me susurró: "Ahora la bruja soy yo, nenito". Seguido de eso, me tiró de la escoba. De pronto me encontraba cayendo en picada, ya sin esperanzas de volver a tener la misma suerte que antes. Mientras iba cayendo, otra escoba voladora pasó a mi lado: Era el gringo Heinze que venía con Harry Potter. "Me quisiste cagar, hijo de puta", me dijo el gringo. "Ahora juego Quidditch", agregó después. No supe por qué, pero presentía que todo se volvía en mi contra. Caía y caía, y me acercaba cada vez más al duro suelo. Esta vez, no se si tuve suerte o no, pero en lugar de suelo había una mesa, en la cuál Julio Humberto Grondona estaba reunido con unos hombres de traje y anteojos negros. "Hay que matar a todos los negritos", decía él. Uno de los misteriosos hombres de traje vio que iba a chocar contra ellos y se paró para agarrarme, saltó, pero inesperadamente, un gordito de pelo negro y enmarañado también saltó. Como el hombre de traje era más alto, el gordito estiró su mano. Gracias a Dios no terminé en las manos de ese extraño sorete, y el gordito con la Diez en la espalda logró su objetivo.

Perdí el conocimiento.

Una rueda de prensa era mi escenario al volver a la realidad. Yo me encontraba recostado sobre los brazos del gordito que me había salvado. Él hablaba por el microfono respondiendo cada pregunta que le hacía la prensa. Recuerdo claramente su última respuesta: "Me la van a seguir mamando, porque esto por ahora está en mis manos."

En mi rostro se dibujó una sonrisa al escuchar esas palabras. Esa sonrisa me dio pie para zambullirme en un sueño profundo. Lo último que recuerdo antes de cerrar los ojos, es que había un par de ojos negros como el azabache que me miraban de forma seductora entre todos los periodistas que avalanchaban con preguntas al Diez.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Pánico

De golpe me encontraba ahí parado, en esa tenebrosa habitación. Las puertas y ventanas estaban cerradas con cadenas y no había ni una gota de aire limpio para respirar. Encerrado, asustado, gritando y llorando, confundido, sin saber cual era el motivo por el que me encontraba allí. Una habitación sin salida; una sola persona, yo; y un ambiente siniestro, sumido en el terror que generaba la misma habitación, con sus paredes manchadas de sangre y algo aún más espantoso: parecían estar tapizadas con piel humana. El olor asqueroso que emanaba de todos lados, el profundo silencio que horrorizaba aún más todo, la sensación de encierro y las ganas de salir con vida de ese lugar me colocaban en un estado deplorable, irritando mis sentidos y devastando humanamente mi ser. Mis gritos se ahogaban en mi propio llanto y retumbaban sutilmente en la habitación, que además de mí y un antiguo sillón polvoriento, se encontraba vacía. Ningún indicio del lugar en donde había estado (antes de aparecer allí) se encontraba en el lugar. El ambiente era cada vez más denso y aterrador. “Estar en el infierno sería más lindo”, pensé. El miedo extremo que jamás alguien desearía sentir, inundaba mi cuerpo. No me animaba a mover ni un músculo. No quería dar ni un solo paso por el ensangrentado suelo que se extendía por debajo de mis pies. Pedazos de carne, humana supuse, se esparcían por el suelo y las paredes, como si fueran parte de la macabra construcción. “Alguien construyó una habitación con trozos de cuerpos humanos”, supuse yo. Todo era demasiado tétrico y asqueroso. Yo permanecía inmóvil. Solo me limitaba a vomitar cada tanto, a medida que el tiempo se iba consumiendo en aquel escalofriante lugar. Mi sudor logró empapar tanto mi ropa que tuve que quitármela. Me pesaba, era molesta. Hacía muchísimo calor y, la temperatura, parecía ir aumentando. Sólo, allí, desnudo y temblando, sudando, gritando, vomitando y llorando. Parecía estar atrapado en una pesadilla. El tiempo pasaba y el miedo aumentaba. El calor era agobiante. Sentía que me asfixiaba. De a poco, las paredes, comenzaron a hacer un molesto sonido, similar al latido de un corazón. Eso me daba aún más miedo. Volví a vomitar. Me sentía muy débil. Sentía que me moría deshidratado. Me estaba por desmayar, pero utilicé mis últimas fuerzas para seguir conciente, por miedo a lo que me pudiera ocurrir si llegaba a perder el conocimiento. De repente, algo empezó a salir de una de las paredes, lentamente. Era una criatura siniestra, asquerosa, deforme, terrorífica y viscosa. Sentí un escalofrío. Ya no podía vomitar porque no tenía más nada en el estomago. La criatura comenzó a acercarse, despacio, haciendo un débil pero aterrador sonido. No tenía miembros ni articulaciones, más bien parecía una masa deforme, carnosa y pegajosa, empapada de sangre. “Esto no puede estar pasando”, pensé. Tenía que ser un sueño, pero era demasiado real. El miedo carcomía mis sentidos y me paralizaba por completo. Me quedé congelado. Además, ni fuerzas tenía yo para correr. De pronto, descubrí que, en un rincón de la habitación, se hallaba tirado un palo de madera. Supe que eso me serviría para defenderme. Inesperadamente, algo de valor surgió de mis venas. Hice unos pasos, tomé el palo, y miré a la criatura. Ella continuaba acercándose lentamente. Cuando se encontraba a un metro de distancia, mi desesperación me llevó a reaccionar de forma muy violenta. Comencé a revolear el palo de una manera endiablada, machacando con cada golpe a la deforme criatura, de una forma sádica y brutal. Los pedazos de su cuerpo volaban por todos lados, mientras ella gritaba de una forma que espantaría hasta al mismísimo diablo. Su sangre salpicaba mi cuerpo, convirtiéndome en una sola mancha roja. La golpeaba sin parar, intentando descargar todo mi miedo en ella. Finalmente, cuando mis brazos se cansaron, dejé de agitar el arma. La criatura ya no se movía. “Está muerta”, pensé. El desastre producido y el cuerpo desmembrado de la criatura, me situaron en un estado de demencia. Me alejé unos pasos, solté el palo y me quedé inmóvil, temblando, con los dientes apretados de furia. No sabía ni por qué me encontraba ahí, ni quién me había encerrado. Primero pensé en alejarme de las paredes, pero luego mi demencia me impulsó a golpearlas. Volví a agarrar el palo de madera. Repetí mis anteriores movimientos, pero esta vez contra las paredes y ventanas. Allí mi violencia alcanzó el punto máximo. Reventaba todo lo que tenía en frente. La sangre chorreaba y saltaba de todos lados, como si la misma habitación fuese un enorme monstruo con vida. Golpeaba cada uno de los trozos de carne que se me cruzaba por la vista, y ya no solo lo hacía con el palo, si no con mis piernas también. Me había convertido en un salvaje furioso y violento. De repente, comenzaron a escucharse una serie de gritos desgarradores que detuvieron mi asesino impulso. Los gritos provenían de todas partes. Caí de rodillas al blando y carnoso suelo, mientras el miedo me invadía otra vez. Eran gritos macabros. Comencé a temblar y me tapé los oídos. Eran innumerables gritos simultáneos, todos espantosos y espeluznantes. Cerré los ojos y esperé. Al transcurrir unos minutos, creí que jamás se acabarían, pero, finalmente, los gritos cesaron de golpe. Algo había ocurrido, porque un silencio repentino había invadido la habitación. Abrí mis ojos, temeroso, y noté que la puerta estaba abierta. En el umbral se encontraba una silueta. Las lágrimas en mis ojos no me dejaban ver con claridad, pero cuando esa silueta comenzó a caminar hacia mí, pude verla en detalle. Era un hombre. Estaba vestido de traje y antejos negros. Tenía una corbata colorada y su rostro se parecía al del típico galán de Hollywood. Parecía no haberse afeitado en unos cuantos días. Su peinado era común, cabello negro, corto. Tenía un maletín negro en su mano derecha. Se acercó tranquilo, con una sonrisa. Se movía de una forma muy lenta, aparentando estar muy relajado y demostrando que aquel aterrador escenario no le asustaba en lo más mínimo. Durante un tiempo permaneció callado e inmóvil. Su presencia generaba incertidumbre en mí, aunque era algo intimidante. Pensé en pedirle ayuda, pero supe que el hombre ya se había dado cuenta de que la necesitaba. Me examinó durante unos segundos, giró a su izquierda y apoyó su maletín en una mesita de madera que, a mi entender, antes no estaba. Lo abrió. Sacó unos papeles y volvió a sonreír. Aclaró su garganta y luego comenzó a leer en voz muy clara:
-“El acusado trecientos treinta y seis, que permanece en la habitación doce acusado de robarle la felicidad al mundo, debe declarar su situación.”- Esperó unos segundos. Seguido de eso, me preguntó lo siguiente:
-¿Culpable o inocente? Responda una de ambas. Cualquier otra respuesta le otorga la decisión al juez.
El miedo que yo tenía, le cedió el lugar a la duda. No sabía de qué me acusaban, ya que me parecía no haber hecho nada parecido a robarle la felicidad al mundo. O eso creía yo. Entonces, me limité a preguntarle quién era él.
En su cara se dibujó una sonrisa. Me observó durante un tiempo, y luego habló.
-El acusado no respondió. El juez decide.- Dijo él, con la misma tranquilidad de siempre. El olor a podrido a el sofocante calor no parecían molestarle.
Se acercó hacia mí, me tomó del brazo, luego me soltó y se dirigió otra vez a la mesita. Buscó una lapicera en su maletín, me alcanzó el papel que había leído y me dijo que lo firmara. Intenté ver de qué se trataba aquel escrito, pero era demasiado tarde. Un dolor indescriptible surgió en todo mi cuerpo, como si me estuviera prendiendo fuego. Me volvió a pedir que firmara el papel, pero esta vez con un grito. Con mi mano más temblorosa que nunca, alcancé a firmarlo. Al instante, el dolor me hizo soltar la lapicera. Lancé un grito y me caí de boca al suelo. Me estaba quemando vivo. Miré mis brazos y ya no tenían piel. Solo quedaba mi carne que, de a poco, también se consumía. El hombre, que ya me había quitado el papel de la mano, también lo estaba firmando. Al terminar, dejó caer el papel, cerró su maletín y se dirigió hacia la puerta. Mientras yo me retorcía de dolor, alcancé a escuchar lo que murmuraba: “Otro hijo de puta de estos”. Luego lanzó una macabra carcajada, se marchó y cerró la puerta. Aunque mi cuerpo se hacía cenizas, logré darle una última mirada al papel que el hombre había dejado caer. Antes de perder la razón y desvanecerme, alcancé a divisar mi firma y, a su lado, la del hombre. Esta rezaba: “Lucifer”. Lo último que sentí antes de morir, fue que se me erizaron los pelos de la nuca.

Moví mi cabeza de lado a lado. Ya no me encontraba en esa habitación, si no que ahora me encontraba en un supermercado, parado frente a una góndola de alimentos enlatados. Todo había sido producto de mi imaginación. Saqué la lata de picadillo del bolsillo de mi saco, y la coloqué en el changuito. “Mejor la pago”, pensé asustado. Luego observé la lista de productos que había confeccionado mi mujer y me dirigí en busca del siguiente: Detergente.
“Magistral rinde más”, pensé.

viernes, 21 de agosto de 2009

Las situaciones

Me detuve azarosamente para analizar la insignificancia que se concentra en la efímera frase que concierne a una conjunción de un sujeto y predicado adversos de por sí, pero que canalizan así mismo el correcto deslizar de la lengua por las húmedas infinidades de nuestro aparato orador, la boca, generando así una oración bimembre que favorece la adaptación del sonoro hablar a la asimilación de un mecanismo creado por el humano, bajo el nombre de “expresión idiomática”, haciendo comprensible su significado, inducido por el cerebro, para derivar en una certera resonancia que coincide con el lenguaje aprendido, logrando así entender lo que se intenta decir.

De niño, yo, como tantas otras personas, teníamos la costumbre de, por así decirlo, recitar un pequeño cuento con sabor a broma que adulteraba las condiciones de la naturaleza y distorsionaba la realidad, creando así un producto irónico, exagerado, absurdo y totalmente inverosímil. Si bien un ser humano tiene una mente prediseñada para admitir cualquier tipo de deformación de la realidad, ya sea expresada en un pensamiento, una frase, una imagen o lo que fuere, la situación relatada (de manera inconciente) como forma de chiste por cada uno de los niños inocentes que lo hicieron, desempacó sus valijas en mi cabeza, dispuesta a ser analizada hasta el más insignificante detalle.

ESCENAS INICIALES (Leerlas también después de cada situación)


ESCENA UNO:
Pregunta: ¿Qué le dijo la soda al vino?
Respuesta: Shhhhhhhhhhhh. (Acto sonoro de silenciar).

ESCENA DOS:
Pregunta: ¿Y qué le dijo el vino a la soda?
Respuesta: A mi nadie me calla.

Comparando esta situación, seguramente inventada por alguien (siendo evidente que ni una soda ni un vino pueden hablar ni establecer dialogo alguno), con otras situaciones adaptadas a cuentitos inocentes con finalidad de entretener, me di cuenta de que generalmente éstas suelen tener una definición o un remate, que tiene como objetivo o meta provocar la risa del oyente. A diferencia de las otras, ésta no tiene ese punto final tan voluminoso que es el detonante de la diversión. Por lo menos no en la escena dos. En la escena uno, el remate final es el sonido que ejecuta la soda, que adquiere doble sentido, ya que puede ser tomado como el efecto sonoro que produce el gas y también como un sonido personificado que emite la soda para silenciar al vino. La escena uno queda saldada, ya que se lleva consigo misma el honor de quedar completa, con inicio (Pregunta), desenlace (respuesta generalmente errónea del oyente) y final (respuesta del mismo que realizó la pregunta, como forma de remate). Pero la escena dos carece completamente de sentido, ya que su supuesto remate no tiene ese toque necesario para coronar una situación como en la primera escena. La segunda escena parece quedar como un relleno o un alargue del chiste que deja la sensación de que está de más, sin motivo alguno. Entonces, la pregunta que se generó en mi cabeza luego del anterior análisis fue:

¿Para qué estará adicionada la segunda escena?

Mi mente comenzó a divagar, recreando una y otra vez varios tipos de posibilidades, logrando establecer una duda aún mayor. Luego me di cuenta de que esa pregunta jamás puede ser respondida, ya que la situación es irreal, por lo tanto no existe ningún método científico que afirme ninguna de las posibles soluciones. Si la situación es irreal, cualquier duda sobre ella es parte de la misma irrealidad. No sirve de nada tener dudas sobre lo que no existe, por lo tanto, cualquier cosa que aparezca sin sentido dentro de lo que no existe, es legal y posible. Pero no conforme con esto, me encargué de definir las posibles situaciones que se podrían haber dado entre ambos individuos, acudiendo a la personificación de ambos cuerpos, otorgándoles en forma de suposición la capacidad humana de comunicarse entre ellos.

Las situaciones recreadas con esfuerzo por mi mente, son cuatro. Cada una de las situaciones no tiene nada que ver con la otra, y son, literalmente hablando, diferentes en teoría. Estas quedan así definidas:


SITUACIÓN UNO
La soda, definida por la ideología de las razas superiores e inferiores (aplicada políticamente por Adolf Hitler), posee una capacidad mental elevada y más estrecha que la del vino. Sus conocimientos acerca del mundo y del entorno la convierten en un ser superior que tiene la capacidad de dominar o imperar sobre los seres que no lograron desarrollar su mente, siendo reducidos a débiles e inferiores. El vino es uno de esos seres. Es por eso que la soda, seguramente cansada de las estupideces que predicaba el vino, decidió utilizar un recurso que lo reduzca al silencio. Cuando la soda dijo: Shhhhhhhhhh, demostró ser superior al vino, teniendo el poder de obligarlo a no hablar más, ya que su inferioridad la irritaba.
El vino, enojado, creyendo que todos los seres son iguales en derechos y en obligaciones, y negando superioridad alguna de la soda sobre él, decidió contestarle para demostrarle que él tiene todo el derecho a hablar, y que la soda no es quién para callarlo. Es por eso, que sus palabras fueron: A mi nadie me calla. Lo que el vino no se dio cuenta, fue que un ser que no duda de sí mismo, no le hubiera ni prestado atención al reclamo de la soda, optando por ignorarla. Pero el vino, confundido, sufrió el enojo y decidió aplicar medidas justas y de reclamo, dudando de sus propios actos. Eso le dio el poder sobre la situación a la soda. Eso redujo al vino a ese ser inferior que se queja por el simple acto de quejarse, confundido y molesto, dudando de sus propias capacidades.

Resultado: Soda Superior, Vino Inferior.


(Hacer una pausa, así no se mezclan los conceptos de la situación anterior con los de la siguiente, leer de vuelta las escenas iniciales y luego continuar. Nada tiene que ver una situación con la otra).


SITUACIÓN DOS

La soda, malhumorada, estaba harta de las supuestas chácharas del vino, que seguramente no paraba de hablar. Esta vez, la soda no tenía incorporado en su existir ningún concepto de superioridad e inferioridad, y optó por callar al vino por el simple hecho de que estaba harta. Esto se debe a que cualquier ser, cuando se siente incómodo o molesto, busca estrategias que lo alivien de la mejor manera posible. Es por eso que liberó ese sonido, buscando descansar sus oídos. La diferencia, es que el vino esta vez era bastante inteligente, quizá por ser más viejo o tener más experiencia, y hablaba a gusto de lo que se le ocurría. Por eso, al ver que la inocente soda lo callaba, no tuvo otra opción que decir la típica frase: “A mi nadie me calla”. En el vocabulario del vino, esa frase se caracterizaba por ser un dicho infantil, estúpido y sin sentido. El vino recordó su niñez, y asimiló inmediatamente aquella frase con aquella época. Pero al ver la inocencia de la inexperta soda, decidió utilizar aquella frase para comunicarse en el mismo idioma que ella. El vino pensó, quizá, que aquellas palabras eran óptimas para que la soda las entendiera. Cuando dijo: “A mi nadie me calla”, el vino se sintió un niño, pero se vio obligado a decirlo para adaptarse al vocabulario de la soda. A todo esto, el vino utilizó esas expresiones idiomáticas tan simples, de una forma en que la soda no sospecharía que el vino lo hacía a propósito, y quedó como si el cotidiano hablar del vino estuviera en esa frecuencia.

Resultado: Vino Maduro, Soda Inocente.


(Hacer una pausa así no se mezclan los conceptos de la situación anterior con los de la siguiente, leer de vuelta las escenas iniciales y luego continuar. Nada tiene que ver una situación con la otra).


SITUACIÓN TRES

La soda es un líquido gasificado, plagado de burbujas que, al salir a la superficie, revientan produciendo un molesto sonido. El sonido conjunto de todas las burbujitas reventando, logra un efecto parecido a la siguiente onomatopeya: “Shhhhhhhhh”. Ese sonido es el que liberó la soda en esta situación, siendo algo común en su existir. Es decir que la soda es un ser acostumbrado a descargar constantemente ese sonido de carácter involuntario, estando ya acostumbrada y convirtiéndolo en parte de su común desarrollo. Lo curioso es que el vino esto ya lo sabía, e intentó jugarle una broma a la soda. El vino ya conocía aquel inconfundible sonido que la soda emitía constantemente, y era lógico que si de la soda salía un: “Shhhhhhhhh”, era por las burbujas de gas, y no porque estuviera callando a nadie. Así como el vino tenía esto en cuenta, asoció inmediatamente el sonido de la soda, con el sonido que realizan las personas para silenciar. Es por eso que en forma de chiste decidió contestarle a la soda “A mi nadie me calla”, para que ésta se crea que el vino había pensado que ella lo había callado. Así fue como la soda luego le explicaría confundida que su intención no fue callarlo, siendo que ese sonido era involuntario, a lo que luego el vino le contestaría: “Ya se, infelíz. Fue un chiste”, lo que dejaría como resultado a una tonta soda que cae fácilmente en bromas como esa, ya que ella debería haber anticipado la maniobra y haberse dado cuenta de que el vino ya conocía aquel sonido tan común.


Resultado: Vino Chistoso, Soda Ingenua.


(Hacer una pausa, así no se mezclan los conceptos de la situación anterior con los de la siguiente, leer de vuelta las escenas iniciales y luego continuar. Nada tiene que ver una situación con la otra).


SITUACIÓN CUATRO

La base de esta situación es similar a la situación dos, con la diferencia de que el vino, esta vez, no decide contestar: “A mi nadie me calla” solo para adaptarse a las cortas expresiones idiomáticas de la soda, si no que esta vez lo contesta en un tono burlón, representando que esa respuesta la haría una persona tonta. Con su respuesta y en la forma en que la hizo, el vino quiso dar a entender que él es de un intelecto elevado, tanto como para darse cuenta de que esa sería una respuesta infantil, así también como para demostrar que se anima a contestar en forma de burla y como para imponerse ante la soda, para que ella se de cuenta que hablar con esas expresiones es de tontos. Esa respuesta quizá no logre ningún efecto en la soda, que podría pensar cualquier cosa. En primer lugar, podría pensar que el vino está loco por hablar en ese tono; en segundo lugar, podría pensar que el vino es un ser raro que piensa cosas indescifrables; y en tercer lugar, podría ni siquiera entender el mensaje. Lo cierto es que esto al vino no le preocupa, porque si él se cree que su intelecto es elevado y la soda es muy poco inteligente, poco le interesaría lo que la soda pudiese pensar, y la forma de contestar su respuesta fue un chiste interno para él mismo, para divertirse en forma solitaria.


Resultado: Vino Individualista, Humorista e Inteligente, Soda Confusa.


Estas cuatro absurdas situaciones fueron las distintas suposiciones que hizo mi mente en base a esta sencilla escena. El lector puede quedarse con la que mas le guste, y podría, en su vida cotidiana, aplicar estas cuatro formas de análisis, identificando cada diálogo, cada momento y cada interacción, con una de estas cuatro situaciones. Por ejemplo, estar leyendo esto, es una situación dos, porque el lector se tiene que adaptar a una regla social que es la lectura. Yo se que cualquier regla social es muy tonta para cada uno de los inteligentes lectores que van a leer este escrito. Por eso, se que para ellos el acto de leer es inferior a ellos, pero no les queda otra mas que llevarlo a cabo para integrarse en la sociedad.
Haber escrito esto es una situación cuatro, porque está escrito en un humor interno que quizá muchos no entiendan y lo escribí para divertirme yo mismo y compartirlo con los que estén dispuestos a leerlo.

domingo, 16 de agosto de 2009

Otras cosas sucedieron...

La Marabunta. Cómo carcome la nostalgia de saber lo que puede llegar a pasar; cómo se derrite el dolor de lo que ya pasó, el terrible anhelo de lo que será... la pesadumbre del ayer descansa inerte en los hombros del futuro gladiador, ese que sin pena ni gloria se incorpora y camina hacia la muerte inexorable.
La perspectiva de caminar junto al espejo resulta insoslayable, no quedan más retazos que la tibieza de ese pañuelo que algún día fue feliz, ese pedazo de humanidad que logró volatilizarse y esfumar todo el pesar que pudo arremolinarse en sus entrañas. Los días ya no amanecen con el resplandor en las mejillas, las pancartas de los sueños mitigaron los arrebatos de furor que nublaban los oscuros entreveros de la selva almidonada... el día se despierta sonrojado por el tibio vino de la ilusión, la compañera esperada, largamente esperada, zigzaguea juguetona entre las moribundas calas que invocan otros tiempos más oscuros...
Caminar, hoy en día, resulta más sublime...

lunes, 27 de julio de 2009

Ofri el sillopa...

Otra vez como tantas me encontraba ahí, sumido en ese ambiente lúgubre y misterioso sin seguridad ni certeza de cual era mi objetivo o meta, pensando de a flashes en como encontrar la solución a la incógnita, incógnita que ni siquiera sabía cuál era.
El sombrío universo que se proyectaba bajo el manto negro producido por la enceguecedora oscuridad de aquel pasillo comenzaba a incomodarme, más allá de que yo no estuviera en condiciones de darme cuenta por qué.
El tiempo transcurría de a poco, de la forma más lenta posible, recreando en mi mente un enorme reloj que hacía retumbar en lo más profundo de mi cabeza cada golpe que daba su aguja al avanzar, mientras los segundos se arremolinaban y me golpeaban el rostro como gotas de cristal. Esa sensación se expandía por todo mi cuerpo, acompañando aquellos golpes con los latidos de mi corazón, que lograban conformar una melodía seca y vacía que aumentaba notablemente la tensión del ambiente.
Ese pasillo tan misterioso, producto de la oscuridad sofocante que reinaba en el mismo, me impacientaba hasta tal punto en que llegué a sentirme preso de mi mismo. Yo sabía que estaba ahí parado, solo, sin ningún objetivo claro, teniendo a mi merced la elección de irme si tenía ganas. Pero algo me obligaba a seguir ahí, preso, sin poder moverme. Algo que no entendía muy bien que era.
La oscuridad cada vez me atrapaba más, y tuve la sensación de que mis pulmones se cerraban paulatinamente, asfixiando mis emociones. La densidad negra me encerraba, me apresaba, como si estuviera respirando un denso humo. Quizá ese sentimiento lo exageraba mi propia condición física, producto de las tardías horas en que se estaba desarrollando el hecho, habiéndome levantado de la cama de golpe, sudando, y de un momento a otro ya me encontraba parado ahí, en aquel oscuro pasillo, sin explicación alguna.
El frío de la noche tornaba todo aún más insoportable, produciendo en mi piel un efecto demasiado molesto que reducía mi cuerpo a un artefacto inútil, que en lugar de ayudarme a salir de aquella situación, empeoraba las cosas. Ni siquiera aquellas ondas de calor emanadas desde algún rincón vacío de esa larga habitación llena de puertas, era suficiente para saciar mi necesidad de abrigo, de protección. Tanto el oscuro ambiente como los escalofríos que dominaban mi cuerpo, lograban ponerme en una escena estresante e irreal, confundiendo y mezclando aquella sombría realidad con los deambulantes delirios de mi mente, conformando así un híbrido e indescifrable estado corporal y mental. Tampoco me atrevía a abrir ninguna de esas puertas, por miedo a encontrar cualquier cosa allí adentro, temiendo a ser tragado por lo desconocido. La incógnita corrompía mi alma, logrando que el temor aumente más.
Pero con el correr de los segundos, acompañados por mis desalentadores suspiros de insatisfacción, todo comenzaba a ponerse un poco más claro.
Poco a poco, el lento transcurrir del tiempo, le otorgaba a mi cerebro la oportunidad de procesar aquel escenario cada vez más con mayor exactitud. Los notorios intentos de ese tiempo y lugar de jugarme una mala pasada buscando mi paso en falso, mi titubeo y mi rendición, comenzaban a hacerse cada vez más débiles, permitiéndole a mi cabeza pensar cada vez más claro y preciso.
Ese oscuro pasillo sumido en aquella viva oscuridad, o que por lo menos parecía estar viva, dejaba de ser el agravante principal del momento. Lentamente, fue surgiendo en mi castigado, tembloroso y helado cuerpo un sentimiento, una opresión, que aumentaba con el correr de los segundos dejando atrás aquel retumbante reloj imaginario, aquel frío irresistible y aquel encierro en la oscuridad. Esa opresión surgía en mis entrañas, y era la causa de mi presencia en aquel sombrío lugar, al que yo le había dado, gracias a mis sentidos, el nombre de “Pasillo”. Sentía como esa opresión me forcejeaba desde adentro, volviendo inútiles mis esfuerzos por estar cómodo, tranquilo. Pero aún no me quedaba en claro que era lo que estaba haciendo allí parado, en ese pasillo vacío, rodeado de puertas negras, casi invisibles en la aún más negra oscuridad. Era como si estuviese esperando algo, alguna señal que me indicara como liberarme de todo aquello que me oprimía. Esa presión interna, ahora también la sentía en mi pecho, y comenzaba a sentir sus intentos de escapar de mi cuerpo. Pero no sabía como. Intenté liberarla gritando, pero la voz no me salía. Quizá mi instinto de ser humano me privaba de liberarla en aquel instante, esperando que llegase el momento exacto, de una forma astuta y perspicaz, como si estuviera todo planeado.
Seguía pasando el tiempo y ya todo se volvía más claro, más lógico. Y era así. Estaba parado allí, esperando algo, en un pasillo oscuro y frío, deseoso de liberar aquella opresión de mis entrañas. Y fue así como llegó el momento en que la oscuridad comenzó a paliar y el ambiente tan denso se volvió más agradable. Fue aquella luz que me salvó de toda esa negra neblina de pesada angustia. Ese veloz destello fue la señal que me indicó que ya era la hora. Ahí fue cuando el sombrío pasillo atenuó su amenazante atmósfera, y me di cuenta de que no era tan grave después de todo. Al fin y al cabo, no era la primera vez que me encontraba allí, y siempre todo terminaba igual.
Mi mamá salió del baño, y por fin pude pasar, encontrando ahí la oportunidad de liberar placenteramente aquel liquido amarillento que muchos llaman orina, eliminando aquella abrumadora presión en mi cuerpo y dejándolo en óptimas condiciones. La espera fue estresante, pero finalmente valió la pena. Levantarme de noche para ir al baño, al fin y al cabo, era común para mi, pero recordé como siempre me molestaba esperar en el pasillo.
Entonces, con el acto consumado, ya me encontraba en condiciones de volver a la cama de vuelta, victorioso por haber vencido al lúgubre pasillo y sus estrictas condiciones, aunque solo fuera el pasillo de mi casa, que otra vez como tantas, volvió a jugar como sala de espera en aquellas noches frías de invierno…

jueves, 23 de julio de 2009

Insensibles

La avalancha de acartonados minutos choca contra la escollera de su pecho, que con su vaivén estático logró descolgarlos de los escaparates de una quiniela cercana; los relojes pulsera gatean hasta sus pies y le tarasconean los tobillos; los conductores de televisión, con sus programas que comienzan al finalizar el anterior, lo atropellan con sus espíritus de muñeco inflable de gomería para robarle aunque sea un gesto de asco...
La vida siempre fue para él una sucesión de momentos cronométricamente planificados, sin lugar para la sorpresa que representa, por ejemplo, el regalo de un pato para tu cumpleaños... quizás sí tenía sorpresas, pero solo en los momentos pautados para ello. Muy feliz en su cubículo de prefabricada alegría, trabajó durante años retapizando las paredes con paisajes caribeños, rutas perdidas en la montaña, pueblos desconocidos con habitantes extrañamente familiares, amigos imaginarios que lo saludaban cada tanto... Quizás fue víctima de otro mito publicitarios, quizás solo lo deseó, pero un día la Duracell, que rinde más que las otras, extinguió el andar incesante de su redondo reloj de pared con números romanos; el gentil quiosquero del barrio, sumergido en un tren de pánico o aferrado al último grito de la moda, había remplazado su muestrario de pilas por un hermosa parva de barbijos multicolor...
Quieto, con su orbe temporal impotente en las manos, se percató por primera vez en la vida de que podía sentarse en la vereda y comerce un choripan de diario con una Coca que hace mal...
Pobre diablo...

viernes, 17 de julio de 2009

Mi musa

He vuelto. Aunque solo con motivo de explicar mi lejanía, no de nuestra comunidad si no mas bien del acto en sí de dejar salir haces de delirio de mi mente y poder compartirlos con nosotros. En un principio me pensé muerto, consumido por el sistema hasta la última fracción de mi todo; ya no escucho música, terrible fuente de inspiración, he tenido que recurrir a estrategias como el baño para poder leer de nuevo, la vida misma no me plantea desafíos anecdóticos o quizás mi tacto para identificar los verdaderos problemas filosóficos, como las convenciones de palabras, o los porqué de las formas de las nubes, o lo que piensa un perro en su vida cotidiana, haya disminuído. Ahondando en mi cabeza busqué el porque a esta estresante situación de estar media hora frente a la pantalla y no poder aportar en ella siquiera un mísero renglón. He rastreado cada uno de mis escritos en busca de alguna pista que me de a entender en qué estoy fallando, qué ha cambiado tanto que no me deja ser en palabras. Me he dado cuenta que cada vez que me expresaba mi cabeza o mi corazón lloraban, y es ese justamente el problema, la tristeza, mi musa. Es qué tan frío me he vuelto que no soy capaz de llorar mis penas, o peor aún: No hay nada qué me ponga triste. En fin necesito de esas puñaladas en el pecho, necesito de esos ratos de soledad en una habitación oscura con la música acallando mis sollozos. Lo grave de esta situación es que motivos no me faltan. Tengo miedo de haber perdido la capacidad de estar triste.

viernes, 3 de julio de 2009

Ser héroe no tiene precio

Existen montones de cosas que no tienen precio, cuales tienen un valor simbólico que no se cambia por nada.

Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.

La relumbrante oscuridad a diestra y siniestra que rodea la atmosfera de una situación de peligro, suele pasar desapercibida ante el repiqueteo nervioso del corazón, que late con velocidad plagando tu cuerpo de una febril adrenalina, logrando un desesperado impulso por salir airoso de la incómoda situación. Aquella tendencia a desgarrarse el alma con afán de solucionar lo más rápido posible aquel inconveniente que casualmente te plantea la vida en forma de azar, por más simple o difícil que sea, como si se echara a la suerte una moneda de dos caras.
La cosa es que yo estaba ahí, sudando ante la aterradora situación: El cuerpo de ella, permanecía encerrado en un desesperante hecho, preso, inmóvil, sin el aire de libertad que lo rodeaba todos los días. Ella me pedía a gritos que la libere de aquel universo de encierro, provocando en mí la necesidad de hacerlo. Ahí me di cuenta de que no podía seguir mi vida sin rescatarla, sin salvarla, sin ayudarla a ser libre. Por supuesto, ella me devolvería el favor. Si la liberaba, ella me ayudaría después. Mi vida, o por lo menos, ese momento de mi vida, no tenía sentido si ella no era libre. Tenía que rescatarla.
La situación era alarmante: Su delgado cuerpo cubierto tan solo de un tapado Azul Francia, posaba estático bajo aquel inmenso caño de acero, que la dejaba sin posibilidad de escapar. Yo sentía como ella me pedía ayuda, jurándome que me recompensaría. Y poco a poco aquella tensión del ambiente que iba generando este hecho, me penetraba el pecho.
Tuve que decidir. No podía seguir si ella se quedaba ahí.
Tomé el valor necesario, aquel valor que solo los héroes pueden tomar, que más allá de ser héroes por salvarle la vida a la gente y realizar hazañas, son héroes porque con sus actos de honor y valentía se salvan su propia vida, plagándola de un honor indestructible que le vuelca un inmenso sentido de grandeza al correr de sus días.
Entonces me puse en marcha. Levanté el caño de acero, ese que tanto la agobiaba a ella, que luchaba con esfuerzo para liberarse de su cruel pesadilla. Entonces, la dejé en libertad. La saqué de la trampa que le había tendido el destino, y quedó suelta otra vez. Fue ahí en que me convertí en héroe.
Pero ella, aunque cansada por sus esfuerzos, debía recompensar mi acto. Era inmediato. Era casi urgente que lo recompensara cuanto antes.
Aunque aquel drama duró tan solo tres segundos, esos segundos se convirtieron en años para mi y seguramente también para ella.
Por suerte, tuve el coraje de salvarle a tiempo la vida. Pero ella debía recompensarlo. No le quedaba otra salida. Yo debía hacer mi examen de Matemática y ella, como buena lapicera, tenía que prestarse para que yo la utilice, y así graficar en el papel mis conocimientos. Si, “ella”, era mi lapicera. Por eso yo no podía seguir dejándola a ella ahí. Si la dejaba, reprobaba mi examen. Por eso, al darme cuenta de que la había perdido, la encontré allí en el suelo, levanté el pesado pupitre de acero que la aplastaba y le salvé la vida.
Quizá yo debía hacerle algún favor por todos los que me hacía cada día ella. Nunca le pregunté si yo le caía bien, por eso me sentí en deuda, pensando en que quizá ella no me quería, y tenía que hacerme favores sin ganas. Yo siempre la utilicé como un instrumento para expresarme en un papel, pero estoy casi seguro de que ella siempre me utilizó como un instrumento para liberar toda su añeja tinta, que tanto la oprimió siempre desde adentro, liberándose a través mío, soltándose, madurando a medida de que su oscura tinta azul iba desapareciendo, expresando en su idioma escrito lo que a la vez mi mente indicaba, logrando una conexión entre mi mente y su mente, uniendo nuestros pensamientos en un mismo objetivo.
La cosa es que aprobé ese examen. Si no hubiese sido por su ayuda de brindarme recursos para escribir, no hubiese podido demostrarle mis horas de estudio al profesor Conforte. Pero yo también hice lo mío: yo la liberé de su trampa, yo la salvé, y entonces ella me ayudó. Pero yo la había salvado, porque sabía que ella me tenía que ayudar como ya lo había hecho antes, y seguramente yo la había salvado también en alguna otra ocasión, no lo se, no me acuerdo, formándose así un círculo vicioso en el que se incluían dos sujetos: Yo y mi lapicera azul, protagonistas de un lazo excéntrico, compuesto por una extravagante relación de individuos completamente distintos: Uno tenía vida, el otro era de plástico.
Pero que me importan las hazañas de los otros. Solo se que fui héroe y me enorgullezco de eso. Ser el héroe de tu artefacto, aquel que me ayudó a realizar un examen, salvarlo, salvarte a vos mismo. Esa sensación de sentirte un protector, un salvador y un héroe, me corría por las venas embadurnando mi cuerpo de un cálido aroma a victoria. La convicción de lograrlo fue lo que me llevó a cometer aquel acto de valentía, hacia mi lapicera, hacia mí, evitando morder el polvo de la derrota, colocándome en lo más alto del podio, subiendo la escalera del Olimpo, sentándome en el trono del triunfo.
No cambiaría por nada esa sensación de ser un héroe.

Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.

Ser un héroe no tiene precio… Para todo lo demás existe Master Card.

miércoles, 1 de julio de 2009

Sentidos...

El tiempo corre hacia la derecha. Todos los autos son diestros; sólo utilizan su izquierda para sobrepasar a los otros. La Tierra gira en sentido horario...
Cuando uno encara por primera vez una escalera, lo invade una extraña sensación de bienestar, quizás por esa pequeña pero poderosa intuición de que lo que trae como corolario es algo mejor, algo sublime (con sus diferentes grados de sublimidad en función del material, la amplitud y el diseño, propio de cada escalera). En esos instantes preciosos que corretean en el umbral, saltando y rodando por los primeros escalones, la mente se regocija en la fantasía de lo que promete, vislumbrando el futuro luminoso que espera unos niveles más arriba. Inmerso en ese mundo onírico, no se percata que el horror acecha tras un recodo del sueño; a un paso nada más, emerge de las entrañas de la tierra la mismísima garganta de los infiernos, una caverna pronunciada que amenaza con devorar al incauto que, en un descuido, deslice su pie peldaños abajo. Este mundo de tinieblas, con sus halimañas crueles y horrorosas, sacude al escalerófilo de su deleite espectante, obligándolo a correr escaleras arriba hacia el ansiado paraíso. Dispuesta a no perder ni un solo bocado, la gran boca debora los escalones que van quedando atrás. Nuestro aventurero se sumerge en una frenética carrera evasiva, tratando de alcanzar la luz que se escurre. En un instante decisivo, valiéndose de todas sus fuerzas, se lanza de un salto al umbral luminoso que espera a unos metros. Las tinieblas han perdido un especímen más para su colección demoníaca.
Se incorpora del suelo, aún late su corazón atropelladamente, el peligro a pasado. Levanta su vista hacia el paraíso prometido; no está solo. Un alud de personas le golpean la cara...
Mejor hubiera sido quedarse un rato más en el subte...

lunes, 22 de junio de 2009

Iluminado por el fuego

La distracción de la gente mientras camina por la calle, a veces alcanza niveles inesperados y puede ocasionar graves sucesos desafortunados. Yo, desde la ventana del colectivo analicé la imagen, y en mi cabeza comenzó a desarrollarse la historia de aquel terrible hecho. Veía, como si fuera en cámara lenta, la forma en que esa encendida colilla de cigarrillo giraba y giraba en el aire, mientras que, producto de la ley de la gravedad, su altura se iba reduciendo hasta caer definitivamente al suelo. Fue entonces cuando me di cuenta de que el suelo en el que reposaba por fin la colilla encendida, era el suelo de una Estación de Servicio. Por milésimas de segundo no lo había pensado, pero inmediatamente vino a mi cabeza aquella relación de palabras “Estación de Servicio - Gasolina - Inflamable - Fuego”, y comprendí la situación. Por supuesto, la distraída mujer que había arrojado aquel encendido objeto no estaba al tanto de nada, debido a la existencia de una segura neblina en su mente que abarcaba trabajo, estudio, tareas y ese tipo de estresantes cosas. Por lo tanto, aquella relación de palabras “Estación de Servicio - Gasolina - Inflamable - Fuego” jamás hubiesen pasado por su cabeza. Tampoco las palabras futuras que aparecerían en los noticieros, en caso de que ocurriera el accidente: “Explosión – Bomba – Terrorismo – Islam – Capitalismo”.
Desde el colectivo ya me imaginaba el sonido retumbante de una explosión, producida al entrar en contacto el fuego de la colilla con alguna pizca de combustible derrochado en alguna parte del suelo de la estación. En mi mente se veía el aterrador futuro: Fuego por todos lados, gente corriendo y gritando, autos chocando y personas muertas. No supe si aquella veloz película se proyectaba en mi mente debido a que creí que en verdad ocurriría, o porque quizá era divertido imaginarme algo tan impactante, fuera de lo común, inverosímil en mí correr de los días. Claro, creer que nada va a ocurrir es aburrido para el disparatado navegar de la mente.
Me había mentalizado tanto en que aquel terrible hecho estaba a punto de suceder, que no tuve otra idea, más que bajarme del colectivo, cruzar la calle como un relámpago, y apagar aquella colilla antes de que ocurra el desastre. A todo esto, en la cabeza de la mujer, seguro continuaba instalada aquella densa neblina que la distraía del conflicto que ella misma había ocasionado. Quizá, su ser interior lo provocó a propósito sin que su pensamiento conciente se diera cuenta, tal vez en el afán de agredir al mundo que tanto la agredía a ella, o solo era un descuido inocente que todo ser humano puede sufrir.
Dos alternativas sumían mi cuerpo en un profundo debate: O la riesgosa gloria, o salvar mi vida. Pero también estaba la otra posibilidad. Quizá podía no ocurrir nada. Si eso fuera así, no tendría que correr para salvar a nadie, no tendría que perder el colectivo y, finalmente, podría llegar más rápido a casa.
Con un movimiento de cabeza borré aquella película de mi mente, el colectivo arrancó, y mi figura comenzó a alejarse de aquel escenario cargado de suspenso. Los superhéroes solo existen en las películas y en las historietas.
Ahora que escribo, no tengo la menor idea de lo que ocurrió finalmente con la Estación de Servicios y su posible destrucción. Seguramente, mañana volveré a pasar y la veré ahí, sana y salva. Pero también existe una minúscula posibilidad de que el hecho se haya consumado. Por eso, termino esta historia con puntos suspensivos…

jueves, 11 de junio de 2009

Cuando la mente deambula...

Yo era una de esas personas comunes que nunca le gustó la discriminación hacia nadie. No porque me molestara, si no porque me parecía absurdo meterse con los demás sin tener necesidad.
Una tarde fría, yo caminaba por una vereda en la que las únicas personas que la transitaban, eran una persona no vidente que iba con su bastón, y yo. Mientras iba pensando en el regalo que le podía comprar a mi novia para su cumpleaños, sentí que dos personas venían caminando rápidamente hacia mí. Esas dos personas, evidentemente eran ladrones, que sin dudarlo me agarraron uno de cada brazo, el de la izquierda sacó una navaja del bolsillo de la campera y me pidieron todo lo que tuviera. Para desgracia de ellos, solo tenía las llaves y dos pesos con cincuenta. A las apuradas, me hicieron darle mi pobre contenido, que los motivó a pedirme las zapatillas nuevas.

Una vez en casa, lugar al que había llegado corriendo del susto, pensaba y pensaba en la forma de actuar de esa gente. No sabía que objetivo tenían. Ahí nomás me di cuenta de que justo la calle estaba desolada, a excepción del ciego, que mucho no podía hacer. Pero... Entonces ahí me di cuenta. ¿Por que me habían robado a mí y no al ciego? Entonces surgió en mí la típica respuesta que contestaría la población mundial. Un ciego, es una persona no vidente, que el simple hecho de robarle, sería un acto impuro que merecería ser penado con una estadía en el infierno. Pero mi mente deambulante seguía pensando. Los ladrones tienen como objetivo obtener una ganancia sin merecerla. Simplemente, exigir, mediante la fuerza corporal o de las armas, que la víctima se vea obligada a brindarle sus objetos propios al sentirse amenazada. Entonces, repasando, yo había sido una víctima de esas. Pero el objetivo de ellos es hacerse con los objetos de valor de la forma más fácil posible, porque el hurto es ilegal, y la mayor demora por inconvenientes, les ocasiona mayor dificultad para salir victoriosos de su asalto. Entonces pensé que robarle a un ciego sería una maniobra muy fácil, que derivaría en la obtención de alguna ganancia de la forma más fácil posible. “Pero es un ciego”. Si, es un ciego, pero los ladrones no se ponen a dar una clase de moral, por el simple hecho que el acto de robar en si, ya es una inmoralidad e ilegalidad. Entonces, a ellos no debería importarles cuan inmorales son. Si le roban a un ciego, tarea más sencilla, y son capturados, son penados con prisión. Si le roban a un individuo común y corriente, tarea no tan sencilla como la otra, también son penados con prisión si los atrapan. “Pero si le robás a un ciego sos un hijo de puta”. Si, pero ya sos un hijo de puta si robás de todas formas, que importa ser más o menos hijo de puta… Robarle a un ciego es como quitarle un caramelo a un niño. Pero quitarle un caramelo a un niño no es penado con prisión… Cada vez me confundía más. La cabeza me daba vueltas. Además, me vino a la mente, gracias a mi oposición a la discriminación, que la sociedad odiaría mucho más a un ladrón que le roba a un ciego, que a un ladrón que le roba a alguien común. ¿No sería discriminar a los ciegos? Quizá, habría que robarles a propósito, así se sienten integrados a la sociedad. Si ellos escuchan que se habla de robos pero a ellos nunca les pasa, capaz que se sienten excluidos del normal funcionamiento de la sociedad. “No, no le roben porque es cieguito”. ¿No suena a discriminación? De hecho, hay gente que mata. Creo que si alguien le roba a un ciego, lo pasarían por el noticiero durante años y se hablaría de eso durante años, mientras que si asesinan a alguien, es algo de todos los días y nadie le da importancia. Además no lo matás al ciego, lo desprendés de sus pertenencias. Un asesino sería tan repudiado como un ladrón de ciego, mientras que uno elimina una vida y el otro no.
Creo que los ladrones, más allá de ser ladrones, son personas que nacieron con su parte moral, que impide abusarse de los que no tienen una vida digna. Pero quizá un ciego se siente rechazado, y al no ver, quizá no trabaja y no se esfuerza, en cambio, un trabajador tiene que aceptar que lo roben, siendo que se esfuerza por conseguir las cosas. Quizá ser ciego no sea tan malo, no se. La cosa es que me di cuenta de que habría que hacer sentir a los ciegos incluidos en la sociedad.
No se si fue por la bronca de sentirme saqueado y pensar que el cieguito se fue feliz y contento a su casa, o fue mi instinto de héroe y querer integrar a esa gente. Pero se me había ocurrido robarle alguna vez a un ciego. Nunca supe si eso iba a estar bien o mal, porque mi confundida mente no me lo permitía. Tampoco supe si existía algún ladrón de ciegos. Quizá si, quizá lo haya todos los días. Hasta quizá que haya ciegos que roben. Eso me motivó más a llevar a cabo mi alocado plan.
Los días pasaron y pasaron, pero ningún ciego se hacía presente en las calles. Hasta que otra fría tarde, muy cerca del lugar en donde había sido el robo de mis zapatillas, se me presentó la oportunidad. No puedo describir que sentimientos pasaron por mí en ese momento, pero se que la culpa, el miedo, los nervios, la intriga y muchos otros que no me acuerdo. Pero también pensé que, por lo menos para mi mente, podía convertirme en un héroe que se encargaría de integrar a un no vidente a la sociedad. Además, si la cosa iba mal, podía solucionar todo diciendo que era un broma.
Ahí estaba el ciego con su bastón, moviéndolo de un lado a otro. En ese momento, me pregunté por qué la gente tiene como “terrible” el hecho de robarle a un ciego. Me di cuenta de que siempre había tenido esa duda. Más tarde, esa duda sería resuelta.
Me acerqué a él con un aire decidido. Lo tomé del brazo, y al oído, para que nadie, aunque la calle haya estado despoblada, pudiera oírme, le susurré que me diera sus pertenencias. Ahí nomás, como un haz de luz, el cieguito se dio vuelta, se abalanzó contra mí, dio un giro un el aire y me clavó una patada en la nuca. Quedé en coma durante tres días.


Esa luminosa patada es lo último que recuerdo de aquella alocada situación. Un estúpido intentado asaltar a un ciego, y este dejándolo en el suelo inconciente.
Ahora, estoy en prisión hace tres años, escribiendo una historia que les cuenta a mis lectores, si es que alguna vez los hay, lo que le puede pasar a un infeliz que tiene una mente deambulante, que lo único que logra es pensar pelotudeces, que al aplicarlas a una vida real fuera de ese mundo ficticio del cerebro, no logra otra cosa más que demostrarse a uno mismo que es un pobre pelotudo.
Todavía me quedan siete años en esta cárcel de mierda, mugrienta y llena de ratas, pero por suerte, aquella lejana duda ya fue aclarada.
Ahora lo se…
Los ladrones no les roban a los ciegos, porque tienen miedo de que los muy pícaros sepan karate.

Larga vida a Freud

Pocas son las veces en la vida que lo que te encontrás en la calle, es algo realmente valioso. Pero ahí estaba ella, tirada, sin ningún problema, descansando de su asfixiante vida. Ese cuero negro la conformaba como una billetera hecha y derecha. Y al verla ahí, quieta en el suelo, orgullosa de sí misma, me dio curiosidad. Por eso, creo yo, me tomé el trabajo de caminar hacia ella y levantarla. Quizá si ella se mostraba más indecisa y nerviosa, no me hubiese tomado el trabajo.
Al abrirla, dos billetes de cien pesos, cuatro de veinte y un Documento Nacional de Identidad eran todo su contenido.
Instantáneamente y sin pensarlo, abrí de par en par ese gastado documento para enterarme de quién era la desafortunada persona que, seguramente en ese momento, tenía ganas de perder la vida, por el simple hecho de haber extraviado aquella valiosa billetera. Quizá era alguien adinerado al que no le molestaba mucho haber perdido esos doscientos ochenta pesos, o quizá era alguien que los necesitaba de verdad. Pero sin duda, más allá del dinero, que al fin y al cabo va y viene, lo peor de todo era perder el documento. Porque si perdés la plata, vas a seguir trabajando para volver a ganarla, y aunque no la perdieras, lo mismo seguirías trabajando. En cambio, tener que hacer un trámite innecesario que encima ya lo hiciste antes, es realmente estresante.

“Carmen Sastre” se leía. Nacida un 21 de Julio de 1961.

Pobre Carmen, pensé yo. En ese momento debía estar pasándola muy mal.¿Qué tenía yo que hacer?
El hecho de sentir pena por ella, me hacía dar ganas de buscarla y devolverle su tranquila billetera, pero a su vez, era muy tentadora para mí, la oferta de doscientos ochenta pesos a cambio de nada. Y, como de costumbre, mi mente se dividió en tres.

SUPERYÓ: -Na, devolveselá, vieja. Pensá, pobre mujer. Andá a saber si necesita la guita, si tiene algún pariente enfermo y tiene que comprarle los remedios, o si es pobre y tiene que mantener a toda una familia ella sola… No te colgués, capás que lo necesita mas que vos, que seguro lo gastas en pelotudeces. No seas otario… Pensá en los demás alguna vez.

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, pobre mina…

ELLO: -Volá, che superyó ocote, se la tiene que quedar, gil. ¡Dá, quédatela, no seas cagón!. Si esa vieja de mierda debe estar cagada en oro. Dale, así te comprás esos juegos de Play que tan de diez… ¡Dale, si nadie se va a dar cuenta, la perdió, que se joda! Si hubiese sido tan importante esa plata, no la hubiese perdido. Seguro tiene pa’ tirá manteca al techo. ¡Dale, guardate la plata y picá llanta, no seas gil. Te re conviene!

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, taría bueno…

SUPERYÓ: -Capás que se le cayó sin querer y ahora esta re mal… Pensá un toque, loco. Imaginate que a vos te pasa… Te gustaría que te la devuelvan. Se generoso y solidario y devolvela.

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, pobre mina…

ELLO: -Dá, si no hay drama. ¡Vos pensá en las cosas que podes hacer con esa plata! Es obvio que te va a servir mucho más a vos que a ella… ¡Ya está, no lo dudes más, actuá ahora!

YO: (Dubitativo)…- Mmmm… Bueno, no se… pero ¿Qué hago con el documento?... No se… Si, que se yo…

SUPERYÓ: -Agarrá, fijate la dirección o el teléfono, contactáte con ella, y devolvele sus cosas como corresponde…

ELLO: -¡Pero tirálo en algunos yuyos al documento viejo ese! Dale macho, ¡Reaccioná!

En mi cabeza se generaba un debate típico, que siempre solía ocurrir. La duda era la principal partícipe de todo. Pero finalmente, el tan dubitativo YO, tomó una decisión:

YO: -Bue, ya ta. La llamo a doña Carmen, le devuelvo la plata, le devuelvo el documento, pero le digo que me regale la billetera, así por lo menos salgo ganando algo. Además está bonita la billetera está…

SUPERYÓ: -Me parece bien, que se yo. Por lo menos te diste cuenta de que la plata y el documento son muy importantes para la señora. Lo ideal sería que le devuelvas hasta la billetera que es suya, pero supongo que así está bien…

ELLO: -Si, que se yo… Mientras te quedes con algo, todo bien. Despué la podemo’ vender a esa, no? ¿E’ de cuero, o de que lo queso?


La decisión había sido tomada. Al llegar a casa, la llamé por teléfono. Carmencita se encantó con la noticia, y no paraba de agradecerme. Cuando me arriesgué a pedirle como recompensa la billetera, ella me ofreció dinero.

SUPERYÓ: -No, no, está mal. Decile que preferís la billetera, no seas tan colgado…

ELLO: -¡Dá, ahí nomá, decile que si!

YO: -No, bueno, señora, gracias por la oferta, pero me gustaría más la billetera, ¿Puede ser?

Ella vino por lo suyo esa tarde. Me volvió a dar las gracias y me besó las dos mejillas. En un acto de humor se despidió de su billetera, me volvió a agradecer, y se marchó. Al final, no parecía para nada una señora de bajos recursos. Es más, hasta podría decir que su collar era de oro. Pero que me importa, al fin y al cabo, la plata era suya. Creo que hice lo correcto.

Por suerte y con la ayuda de Freud, existen dos personas que me acompañan a la hora de tomar decisiones. Por suerte digo, porque esas dos personas no son tan dubitativas como el YO, y te incentivan a decidirte por una cosa o la otra.
A veces le hago caso a los impulsos del ELLO, pero nunca puedo saber como voy a terminar. Por eso, casi siempre, opto por hacerle caso al SUPERYÓ, que me reprime y me prohíbe, pero hace mas chico mi margen de error. Algo que suele llevarte por buen camino.
Además, sin la ayuda de ellas, capas que hoy no tendría en mi poder esa agrandada billetera de cuero negro, que alguna vez fue pertenencia de Carmen Sastre, y que hoy descansa tranquila en mi mesa de luz, quizá, en espera de nuevas aventuras…

YO:- No se como terminar el cuento…
ELLO:- Dale, seguílo, escribí todo lo que pensás…
SUPERYÓ:- Dejalo acá, no seas denso. FIN.

Parablar

El conductor televisivo hablaba sin que nadie le preste atención en la casa. De hecho, el volumen estaba muy bajo. Recién comenzaron a oírlo cuando ya no había ningún tema más para conversar en la mesa.

“La verdad, este tema de las palabras es todo un problema. Es muy difícil darse cuenta del significado de cada palabra, si no tenés un conocimiento previo de lo que significa cada una…”
“Veamos el siguiente diálogo…”

“-Nos comamos un asado entonces…
-Bueno, dale. Yo me cruzo a la carnicería y compro la carne…
-No, no. Yo quiero comer carne.
-Y por eso… me cruzo a la carnicería…
-No, yo quiero comer carne, no carnicero.”

“Sería más fácil ir a la carnería, ¿No lo creen?”

El conductor de televisión parecía enojado. La familia comenzaba, ahora, a prestarle atención a su televisor.

“La verdad, el sentido que tiene la filosofía de las palabras, tiene mucho que ver con el sentido que tiene la filosofía mental de cada individuo que, al relacionarse con el mundo, fue creando su propia capacidad idiomática, y así fue determinado el nombre de cada palabra, que luego se lo asignaría al objeto en cuestión. Yo no se si el latín esto o aquello. Tampoco se si el español deriva de lo que sea que Dios quiera, que Dios crea que sea que crea, ni que ocho cuarto. No me voy a poner a dar una cháchara de los idiomas, porque no tengo ni la menor idea de cual es su real significado. Lo que si se, es que si somos rebuscados para pensar, también somos rebuscados para hablar. Por eso, el Grido Batido se llama Grido Batido y no Grido Licuado, cuando en realidad se hace con una licuadora. Todo tiene que ver con la incesante manera en que el Ser Humano tiende a etiquetar las cosas como si fueran ovejas de una granja a las cuales hay que colocarle un número en la oreja. Si el aporte mínimo de la lógica a la razón existiese, todos estaríamos concientes de que la palabra “Palabra”, por ejemplo, se llamaría “Parablar”, por el simple hecho de la fusión de la acción que se llama “Hablar” y que las palabras son “Para” eso. Nada tiene que ver la ocurrencia de un infradotado de modificar el latín de una forma errónea para crear el castellano. Si las palabras estuvieran correctas, quizá todo este monólogo no tendría sentido. De hecho, voy a tratar de explicar lo que en realidad quiere decir el primer párrafo que mencioné en mi charla (El que comenzó con: La verdad, este tema…), pero que lo entendemos de esa forma gracias a la poca inteligencia del creador de este método idiomático. Si fueramos realistas, lo que ese párrafo nos dice, es lo siguiente:”

“El color verde que está presente en el punto cardinal Este del que habla la canción para labradores, es toda una baraja de naipes profesional. Es muy difícil dar té mientras contás los signos para labradores, nota musical, tenés un cono en los cimientos antes de ver…”

“Eso sería realismo puro, convirtiendo un idioma predominado por confusas palabras, que hacen de algo tan simple un problema grave, en el verdadero sentido del significado oral. Ese párrafo cambió totalmente su significado, mientras que siendo ignorantes y dejándonos llevar por la confusión de nuestro idioma, habíamos procesado esta barbaridad:”

“La verdad, este tema de las palabras es todo un problema. Es muy difícil darse cuenta del significado de cada palabra, si no tenés un conocimiento previo…”

“La gente bruta e inconciente ronda por todas partes del mundo. Algunos crean idiomas fallidos, otros no saben sumar ni restar, otros trabajan en un call center y otros enseñan gimnasia. Lo que se, es que hay que andar con cuidado, eligiendo bien las amistades y no juntarse con la chusma, así no caemos ante uno de esos deformadores de palabras, que crean la morfología de una palabra a partir de diversas vivencias suyas, que nada tienen que ver con la realidad.”

“Ahora, si la morfología tiene que ver con la forma: ¿Por que no se llama formología, cuando en realidad morfar significa comer?”

“Así hablamos, creyéndonos los cultos, mientras que en realidad somos un puñado de pantuflas…”

“¿Qué son las palabras?, ¿De dónde vienen?... Averígüelo en el próximo episodio de “Hablamos Mierda Punto Com Punto Ar”…”

El abuelo se paró indignado, y se dirigió al televisor.
-Cambiemos esta porquería… En estos programas no hacen más que hablar pelotudeces…Como si a alguien le interesara andar viendo de donde vienen las palabras…

lunes, 25 de mayo de 2009

Fama barata

Mucha gente tiene tendencia a hablar de la fama como si nada. Todos dicen que la fama esto, la fama aquello. Pero no todos saben lo que realmente es la fama. En una persona como yo, la fama puede ser muy beneficiosa para mi relación con el mundo. Lo digo así, porque lo viví. Supe, aunque por un corto tiempo, lo que significa caminar por la vereda de la fama en este país.
Hoy, año 2015, puedo decir que ser famoso me sirvió para vincularme con determinada gente, y aprender cosas de la vida que pocos pueden experimentar.

Mis básicos conocimientos de la música me llevaron a conformar una banda musical. La banda estaba integrada por el verdulero de la vuelta de mi casa, encargado de la batería; el ferretero del frente de la casa de mi abuela, que se ocupaba del bajo; yo tocaba la guitarra y cantaba; y la segunda guitarra era ejecutada por un compañero de secundaria mío.

Nos hicimos famosos gracias a un Hit compuesto por mí, que fue tocado en un salón de fiestas en donde hicimos nuestra primera presentación en público, y fue escuchado por un conductor de radio FM que había sido invitado al cumpleaños. Él, después, se encargó de que lo grabemos, y luego, lo difundió.

El Hit, que años mas tarde se cansó de sonar en las radios locales, estaba compuesto, en música y letra, de la siguiente manera:

La letra del estribillo, retumbaba así:

“Los errores del abismo, estrangulado ficticio de la resurrección intacta in extremis,
Soy rebelde siempre a todo momento, viva la cruz de los lazos arcoíricos,
Resumiendo la ira de los sin empanada, recóndito hogar de la mala fortuna fructífera,
Encarcelada demencia de los tarareos siniestros, a priori demográficos…”

La música del mismo, sonaba de la siguiente manera:

“Tarantantan tucutá tucutá, rucutucutucu rucutucutucu, sacutupá sacutupá
Ta, ta, ta. Ta ta ra ta tá ta ta ra ta tá
Tupá tupá, tratutututu pá
Tra tu tu tu tu tu, papá, papá, papá, papaparararampan
Tan tan tun, racatapampam…”

Y entraba el solo de guitarra, que decía más o menos así:

“Wawaaaaaaaa, wi u wi u wiiiiiinnnn, wa waaaaaa, wiiiiun wiiiiun wiu wi wiu wi wiu”

Y seguía:

“Ta ta ta tatatatatata tu tutu tata tata ta laratrata lara lara lara lara raca tata tata tata…”

Así descubrimos la fama barrial, y comenzamos a usar ropa moderna que nos identificaba como banda, anteojos negros, y muñequeras. Caminábamos con un aire triunfante, y sentíamos el glamour en nuestras venas.
Esa fama, se fue extendiendo por los alrededores, de tal forma que comenzamos a ser renombrados en todo el país.
Me acuerdo de que una vez, una chica de unos quince años, vestida de negro y con una mochila de “Hello Kitty”, me pidió un autógrafo. Ese día fui muy feliz.

Así comenzamos a componer nuevos temas y a sacar discos, pensando en como hacer para venderlos. Se nos ocurrió poner avisos en los diarios, repartir folletos, y esas cosas. Pero, más allá de toda felicidad, había algo que no encajaba.

El caminar por la fama lo es todo. O por lo menos, lo fue todo. Hablo en pasado, porque desgraciadamente, llegó el día en que la banda tuvo que disolverse.
Yo digo que por problemas internos del grupo, pero otros dicen que porque ya no teníamos nada para inventar.

Me di cuenta de que hacer música solo para vender, no tiene sentido. De hecho, muchas veces, ni nos gustaba lo que hacíamos. Creo que si te haces famoso por algo, no podes sostener esa fama con lo que hiciste una vez, sin seguir manteniendo tu nivel, inventando cosas igual o más brillantes que la que te hizo famoso. No se puede ir perdiendo todo sentido de lo que haces.
Hoy en día, escucho nuestros temas, y me muero de vergüenza. Y me pongo a pensar: ¿Quiénes fuimos? ¿Por qué lo hicimos? ¿Qué pretendíamos? Y, hasta el día de hoy, sigo sin encontrar la respuesta.

No nos duró mucho el paseo por esa buena vida que te trae la fama. De hecho, ya, ni se habla de nosotros. Creo que fuimos otra de esas banditas que quedaron en el camino.

De todas formas, supongo que de alguna manera, logré llegarle a la gente…

Lo se, porque más de una vez, mientras iba caminando por la calle, he escuchado a alguna persona decir:

“Mirá quién va ahí, ese… El que era cantante de Catupecu Machu”.

martes, 28 de abril de 2009

Aquel muchacho...

Caminando por el centro, solitario, tranquilo, me fui adaptando al siempre excelente análisis de alguna persona elegida de entre toda la gente que camina, al igual que uno, como hormigas por la calle. La incesante tendencia a saber que irá pensando esa persona que pasó a tu lado, o lo que le pasó en el día, o lo que le pasará más tarde.
Como de costumbre, enganché el análisis en un flaco solitario que pasaba tranquilo, caminando a paso lento. Él, seguro había tenido uno de esos días comunes, pero comunes estereotipo. De esos días en que nada feliz ni nada triste marca el libre transcurrir de tus horas. De hecho, que cosa importante le iba a haber pasado, si el pibe iba muy tranquilo y solo, caminando por la calle, perdido en sus pensamientos. Su vestimenta simple, al igual que su peinado, daban la impresión de que su vida no era ni muy alocada, ni muy aburrida. Su forma de caminar era lenta, casi arrastrando los pies, mientras llevaba un bolso cruzado que iba desde el hombro derecho hacia la pierna izquierda, revelando que, seguramente, venía de la escuela o de algún tipo de academia, no se. Pensé, pero ni se me ocurrió hacia donde iba. Su destino parecía muy incierto. Pero algo en su rostro me pareció conocido. De golpe, las ganas de analizarlo se me fueron. No tenía ningún sentido ni ninguna diversión analizar a ese muchacho tan común y tan repetido en un lugar tan plagado de personas. Era otro de los tantos casos que aburría analizar. Lo único que supe con claridad, es que el muchacho parecía estar pensando en algo. Se le notaba en la expresión de su rostro. Y fue ahí que me di cuenta de que no valía la pena analizarlo más. Él, definitivamente, iba pensando. Iba pensando, analizando algo. Entonces otra vez lo supe: No servía de nada elegir a esa persona, cuando me di cuenta de que estaba mirando un espejo, con mi propio cuerpo reflejado en él.
El grito de un vendedor ambulante que vendía el nuevo “Tomate Loco” desvió mi mente, y en menos de un segundo, el recuerdo de tener que estudiar para el examen del día siguiente, ocupó mi cabeza otra vez.

lunes, 20 de abril de 2009

Trilogía de un encuentro

Vello Público
¿Por qué la visceral víscera de la diferenciación se retuerce exitada ante el más mínimo indicio de distinción, sea ésta del tipo que sea? La sola idea de un público oculto en algún rincón, público virtual, ideal, imaginario y real toda vez que actúa efectivamente como interlocutor, esa sola idea es suficiente para movilizar un caudal enorme de energía tendiente a responder a sus demandas.

Identi-Kit (en pack de tres...)
Cuando en un recodo del día te chocás con el aliento del que aún no ha muerto, la letra dormida de esa canción que siempre te sonó familiar, antigua, vuelve a sacudirte del sopor letal de la monotonía. Lugares comúnes, esbozos de gestos que alguna vez recorrieron tu rostro, hilachas casi imperceptibles de las ropas que algún día te sirvieron para caminar un tramo en la penumbra (aunque solo fueran un par de pasos), aparecen y se esfuman, apenas son un brillo en un pasaje oscuro de un relato (que recuerda tanto a un viejo sueño).

Deshojando la modorra
Un parpadeo de más y se me pasa la vida; caminando y tropezando (siempre con la misma piedra) fuimos prepeando al tiempo, que presuroso y cobarde nos iba pungueando días. En una tregua del cansancio, me topé con dos sueñeros que me enseñaron que la victoria se plasmaba efímera (pero rotunda) solo en los desvelos oníricos por donde navegamos cada tanto.
Salud, hidalgos del sueño!!!

lunes, 13 de abril de 2009

Todo un desafío

El sol tenue y primaveral iluminaba el barrio, que se encontraba desolado esa tarde. Yo caminaba por la vereda con un aire tranquilo y silencioso, mientras el canto de los pájaros y los ladridos de un perro eran los únicos sonidos de la cuadra, que se encontraba tan vacía como nunca.
Con el objetivo de llegar a mi destino, mis pasos comenzaban a apresurarse, llevando a mi cuerpo a un ritmo veloz. Mi vista se fijó en el suelo, mientras mi mente pensativa deambulaba por las insignificantes profundidades de la vida. Por un momento no me di cuenta, pero luego entendí que, como muchas otras veces en mi vida, la despareja vereda roja con tiras de baldosa negra se habían convertido automáticamente en un juego casual. Mientras mi mente estaba en otro lado, mis pies caminaban intentando pisar solo la baldosa roja evitando cada hilera de esas baldosas tan negras como la oscuridad. ¿Por qué no debía pisar las negras? Nada tenía que ver con el racismo, pero nunca lo supe. El color de las líneas variaba dependiendo la vereda. Nada tenía que ver el color. Siempre surgía en mi, tal vez debido al aburrimiento de caminar solo por la calle, la necesidad de jugar a no pisar determinadas marcas en el suelo. En este caso, las baldosas negras. Pero inmediatamente lo acepté. Tranquilamente me podría haber dicho a mi mismo: “Dejá de jugar a esta pelotudés”. Pero no. Decidí aceptar el desafío. Miré el camino restante, visualicé los obstáculos y la cantidad de líneas negras que quedaban antes de llegar a mi destino, y me metí en la misión de llegar allí victorioso. De repente, mi paso silencioso se convirtió en un movimiento de destreza y agilidad, llenando mis venas de adrenalina pura; las baldosas negras dejaron de ser baldosas para convertirse en surcos de lava volcánica, que, de pisarla, perdería alguno de mis pies; el canto de los pájaros y el ladrido del perro se transformaron en la canción de misión imposible, vistiendo al desolado barrio en un ambiente de peligro; y mi objetivo, aunque siempre estuvo en el mismo lugar, ahora era cada vez más inalcanzable. Durante unos segundos que parecieron horas, fui una especie de Tom Cruise luchando por llegar con vida a mi destino. Y, gracias a mi voluntad de hierro, finalmente logré mi objetivo. Llegué a la puerta.
Hasta el día de hoy, no logro comprender la voluntad y las ganas que le pongo a este tipo de insignificantes pruebas de destreza física y capacidad humana, por más que se trate de algo tan simple y absurdo, como levantar los pies para esquivar baldosas de otro color. Quizá el ser humano, desde el remoto inicio de sus tiempos, está predestinado a ser desafiado por su entorno social y natural, o quizá, él mismo sea el que busca permanentemente desafíos por todos lados de una forma innecesaria. Tal vez esté en nuestra sangre, grabado en nuestro ADN, por generaciones y generaciones, las ganas de desafiarnos a nosotros mismos, para demostrarnos que podemos superarnos. Es esa necesidad de competir contra nuestras propias condiciones, contra nuestra propia resistencia. Es una forma de competir por algo, por más que estemos solos, sumidos en lo más profundo de nuestra esencia.
Tras llamar a la puerta, esta se abrió. En el umbral, apareció su silueta. Entonces, el peligroso camino volvió a ser la cuadra del barrio desolado; la canción de misión imposible se apagó para darle lugar al canto de los pájaros (el perro ya no ladraba); la lava volvió a convertirse en las baldosas negras; y la adrenalina en mi cuerpo cesó, para darle paso otra vez a la tranquilidad silenciosa. Abandoné esa crítica realidad producida en mi mente, para meterme en un desafío más importante: la vida real. La miré a los ojos, le sonreí y juntos entramos a la casa, dejando atrás aquel desafiante escenario que, a pesar de ser una simple vereda, seguramente se cobró varias vidas…

Hitaso...

Nuevo título, nueva piel, nuevo artista. La red tiembla ante el paso firme y decidido de la bestia bloggera que promete (pero no cumple) arrasar con las pupilas, pestañas y neuronas del que se le anime a los relatos extravagantes, delirios sistemáticos y fragmentos oníricos, que brotan a montones (?) de las fauces de este monstruo tricéfalo.

El clamor de la audiencia ya se oye a lo lejos...

Se aceptan críticas de los compañeros de trébol.

domingo, 12 de abril de 2009

El Toboyi

El Toboyi era un planeta muy raro. De hecho, era muy parecido al planeta Tierra. Por eso lo de raro. De hecho, era igual al planeta Tierra. La misma raza humana, los mismos fenómenos naturales, los mismos idiomas, las mismas culturas, la misma tecnología y el mismo sistema. Bueno, no el mismo sistema, porque, claro, ese es el punto de la cuestión. Es decir, el sistema se trataba, al igual que en la Tierra, de que el más poderoso cagaba al más débil; el racismo y la discriminación eran también determinantes, pero había algo que diferenciaba al Toboyi de nuestro planeta. En la Tierra, el dinero es el principal dominador de todas las operaciones económicas, sociales y políticas, tanto como para pagar la deuda externa, como para comprar un juguito congelado en el almacén del barrio, en el que casi siempre el almacenero posee el mote de “El Pelado”. Bueno, justamente eso es lo que no existía en el Toboyi. No existían las transacciones monetarias. En ese lejano planeta, para conseguir objetos, productos o lo que fuere que en la Tierra había que pagarlo, no había otra cosa que hacer, más que recibir un golpe. Allí, cada persona que quería comprar algo, que en realidad ellos no lo llamaban comprar, si no conseguir, debía poner la cara o el cuerpo a merced del vendedor o, como ellos llamaban, dador, para que este les propinara un golpe. Es decir, todo el sistema, que en la Tierra era controlado por las compras, las ventas, los impuestos, los intereses y el capital, en el Toboyi se controlaba con golpes.
Por supuesto, todo estaba regulado. Si uno quería conseguir un chicle, se dirigía al kiosco, le ponía el brazo en el mostrador al kiosquero, y este le proporcionaba un chasqui. Cada producto tenía pactada una parte del cuerpo en la cual se aplicaría el golpe. Lo más feo, era ir a conseguir preservativos. También, dependiendo de la importancia y escasez del producto, variaba la cantidad de golpes y la intensidad de cada uno. Triste fue el día en que Martín Malamerdi consiguió una Mansión en el caribe. Ese tipo de casos aumentaban el trabajo en los hospitales, que, ahora que los menciono, tenían un papel fundamental en aquel mundo, así como el papel que tienen los bancos en el planeta Tierra.
Todas las reglas estaban escritas. El que proporcionaba más golpes que lo pactado o con mayor fuerza, era juzgado por un tribunal, y hasta podía ir a prisión. Por supuesto, había muy pocos delitos, porque nadie pegaba más de la cuenta por miedo a que le hicieran lo mismo. Obviamente, siempre había un cretino que se excedía, y le daba trabajo a la justicia.
Los trabajos no eran a cambio de retribuciones ni salarios. Nadie trabajaba, como en la Tierra, para cobrar nada. Allí cada uno trabajaba de lo que quería, por libre elección y gusto. Los gobernantes eran elegidos por los mismos ciudadanos, votando a las personas más capaces y sinceras, que luego administrarían correctamente a sus naciones, debido a que en caso de cometer errores, cualquier ciudadano tenía la libertad de propinarles un golpe sin ser juzgados. El Estado recomendaba a los estudiantes a orientarse en carreras en las que faltaba profesionales, así los trabajos y las profesiones eran equilibradas. Así, tanto un peón de campo tenía igualdad de condiciones con un Juez para obtener un auto importado, una casa lujosa o un reloj de oro. Sólo era cuestión de poner el cuerpo y recibir el golpe pactado. Por supuesto, el sistema estaba tan bien planeado, que ningún golpe podía derivar en la muerte del conseguidor.
Como contaba al principio, al igual que en la Tierra, existía el dominio del fuerte sobre el débil, pero esto, se debía a que el fuerte siempre era el delincuente que se animaba a excederse en los golpes. Entonces, en ese mundo, no existía la violencia, ya que si la gente se peleaba en la calle, era como si en el planeta Tierra la gente se regalara plata o productos, por lo tanto, eso no sucedía.
No había desigualdad de riquezas, ya que cada uno conseguía lo que quería; los hospitales funcionaban con mucho éxito; la violencia era solo verbal; la gente trabajaba por sumo gusto; nadie intentaba conseguir alocadamente cosas, así no dañar su salud; todos vivían de una forma menos alocada que en la Tierra. Había errores en el sistema, claro está, pero todos los sistemas pueden tener errores. Si no, preguntale al capitalismo.
Yo no se si me gustaría vivir en el Toboyi, pero eso lo digo porque nunca estuve allí. Lo que si se, es que ni Bush, ni Menem ni Blatter se sentirían muy comodos ahí.
Igual, Fabio Moli o el Huracán Narváez irían presos…

“¡Pum!, bollazón en el ojo, pero me conseguí la bicicleta…” Como decía aquel viejo refrán de aquel lejano planeta. Tan lejano al nuestro…

domingo, 1 de febrero de 2009

...

Horrible pena me atosiga; pues los versos ya no fluyen de mi ser, no puede mi alma expresar su dicha. Mi corazón ya no razona conmigo, pero esto no puedo decirlo porque la tinta no impregna el papel y la goma no deja avanzar el grafito. De vez en cuando se escucha un poco, pero no es mas que el eco de lo que en realidad fue, es, será. El eco es solo el surco en donde alguna vez navegó una lágrima, es una difusa huella de plegarias por un cese del dolor. Esto tampoco lo sabrás porque las palabras se rehusan a ser parte de mi causa. Se me ha negado la posibilidad de sufrir, no es que no lo haga, es simplemente que no puedo sentirlo, no se me permite. La avaricia de mi corazón ha querido retenerlo todo: el odio, la tristeza, la amargura, el suplicio, el dolor, el miedo al terror. Pero de ello no habrá ni rumores, pues mi boca es una carcel celosamente custodiada.
Infinitas veces he confesado que una puntada en el pecho es síntoma de que una musa se aproxima y una vez que ella se adueña del corazón... aquellos tesoros guardados por años en mi pecho resurgirán uno por uno y me azotarán hasta que mi vida penda de un hilo, y es ahí cuando me dejarán tranquilo, pero solo si les prometo libertad... Y entonces cascadas sordas caerán en las noche de un cuarto cerrado, la música hablará por mi, y en sus versos arrastrará cada una de mis penas. Poco a poco me quedaré dormido y será otro día. Enfrentaré al mundo y te veré en él, deseando que pronto oscuresca de nuevo en mi cuarto, para poder seguir vaciandome en llanto y pena. Pero de esto no sabrás nada, ni dudarás de que existe, pues no es momento de que oscuresca y la música aun no ha sonado.