jueves, 20 de enero de 2011

La puta que los parió

Estoy podrido de esconderme de la luz para poder pensar tranquilo en que tengo que salir de la sombra para iluminarme un rato. Estoy también podrido de mi saturadora manera de comprender una realidad que de entenderla de un modo más simple me volvería iluso. Estoy cansado de viajar largos trechos agotadores que comienzan en mi mente y no avanzan, se quedan en ella, dejándome estancado siempre en el mismo lugar. Estoy cansado y también harto de creer que buscándole la vuelta a un problema todo terminará mejor de lo esperado, mientras que de no hacerlo todo termina de la peor manera. Porque la solución parece estar a la vista, pero tardo siempre un año luz hasta encontrarla.
Las casitas de madera que rodean la laguna de mis pensamientos esconden cada una un universo, por lo que caigo en la cuenta de que mis despertares no me alcanzarán para caminar por todos y cada uno de ellos. Por las noches, del centro de la laguna florecen estrellas que titilan como luciérnagas y se quedan ahí flotando, en silencio, dejando sonar tan sólo la orquesta desafinada de los grillos y las chicharras. Lo curioso es que yo miro al cielo y me creo que las estrellas están allá arriba y la laguna sólo es un espejo que las refleja. Pero me equivoco, no es así, las estrellas nacen en el agua y el cielo las copia, porque está tan lejos de mi que se siente aislado e intenta imitar aquello que tengo más cerca.
Un camino parece iluminarse debés en cuando, cuando parezco ahogarme en aquella laguna en la que ni siquiera estoy metido, pero de sólo verla, me falta el aire. A paso presuroso marcho por el camino que me conduce a una salida momentanea, un instante de oxígeno, un suspiro de paz. Y cuando puedo respirar, puedo ver con mayor claridad.
Ya no estoy podrido de esconderme de la luz, porque ni siquiera lo hago. La disfruto, dejo que ella me apuñale en el pecho y me sobrecargue de energía. Tampoco estoy podrido de mi saturadora manera de entender la realidad, porque por un tiempo dejo de entenderla. Ni la entiendo, ni me interesa hacerlo. Ya no viajo por ningún trecho ni le busco la vuelta a nada, porque no lo necesito, porque todo está ahí: Ahí comienza, ahí termina.
Un instante, no más que eso. No es el ayer, no es el mañana. No es el pasado, no es el futuro. Tampoco puedo decir que es el presente, porque el presente tiene nombre de regalo y ese instante está muy lejos de ser regalado. Me lo gané, porque yo llegué solo a ese lugar.
De repente mi laguna desapareció, ya no está más. Tampoco las casitas de madera con los universos a su alrededor y mucho menos las estrellas flotando en ella. Ahora las estrellas están bien arriba, en un cielo que no se siente solo porque ya no siente, si no que hace sentir. Pero ahora, abajo del cielo aparece algo nuevo. Y eso sólo puede verse saliendo de esa laguna, siguiendo el camino que te aleja de ella. La vista fija en el horizonte, en donde no se ve más que agua. Es un mar. Un mar con olas, que me mojan los pies mientras respiro aire puro de libertad. De noche, las estrellas no se reflejan en él, porque él tiene cosas más importantes que hacer que reflejar astros inalcanzables.
Yo no se si es de día o de noche, pero que me importa eso si estoy viendo salir al sol en aquel lejano horizonte. Un segundo antes era de noche, un segundo después es de día. ¿No es demasiado poco tiempo un segundo para determinar una diferencia tan grande?
Pero las turbinas que hacen funcionar ese instante, esa sensación, ese nuevo mundo de oxígeno puro, comienzan a detenerse. Me llaman del otro lado. Hay que volver. La laguna ya no está tan saturada porque parte de ella me acompañó al mar, y al enamorarse de él, decidió quedarse ahí. Entonces, vuelvo más calmado.
Al fin y al cabo, es mí laguna, porque ahí es donde crecí, y soy lo que soy gracias a ella. No es tan triste volverla a ver, pero seguramente no lo es, porque ahora se que cuando me vuelva a ahogar en ella puedo volver al mar.

martes, 18 de enero de 2011

San Marcos Sierra

Se ha detenido el tiempo para San Marcos. El río fluye, la gente fluye, el sol camina de Este a Oeste y al caer la noche la chicharra comienza sus plegarias. Hay verdes, rojos y amarillos durante el día, y los hay también coreados por estrellas; hay silencios que permiten sinfonías al oído educado, naturales y culturales.
Pero un reloj es solo girar de agujas para San Marcos, no tiene sentido. Hay mujeres hermosas, feas y hasta horrorosas, pero todas bellamente sincronizadas con la Sierra; hay hombres que no lo aparentan, machos y decadentes: Una ensalada de vidas convergen en murales andantes que en nada echarán raíces y serán parte del paisaje.
Es una película de cowboys, un antro cubano, un negocio europeo, todo en lenguaje castellano, y sin embargo ningún cristiano. Dios es la tierra y sus frutos, nómades y sedentarios; la iglesia se lleva dentro y se evangeliza sonriendo, hablando, cantando; la religión es el sentido común de estar vivo sin hacer daño, al menos no tanto. Algún yuyito mágico como moneda corriente y la libertad como bandera hacen de esta gente el arché de la vida; no hay trabajo aquí para psicólogo pues los locos son sanos, y hasta los más sanos están locos, no entienden de progreso y desarrollo, porque ellos ya son perfectos.
La madrugada es cuando se amanece , las doce cuando pinta el hambre, en el río nace la tarde y la media noche cuando el pueblo arde. Ningún artefacto del hombre podrá marcar jamás el latido de San Marcos Sierra.

El único calendario que se consigue comprar, no entiende de días, meses o años, es solo un papel que tiene estampado simplemente: HOY.