viernes, 27 de agosto de 2010

Las chinches

Las olas de agua dulce golpean contra las piedras, pero son golpes suaves, casi parecen caricias. Florece, siempre por donde se puede, una maleza colorida que decora el ambiente, aunque es tu olor el que decide el color que tiene cada día. Todo es desparejo, pero tu imagen resalta entre la mediocridad que te rodea. Es tu piel la que brilla entre todos los tonos y contrastes, porque tu calma predomina y tu serenidad vence todas las barreras que se te anteponen. Pareces distraída, pareces perdida en tus pensamientos. Y ahora lo pienso... Si pudiera tener acceso al templo que me convertirá en hombre, sería una bendición. Siento que es la hora de que sientas que es la hora, pero tu rostro vuelve a aparecer de repente y todo se derrumba. Parece tan simple pero es demasiado complejo, y no entiendo por qué, jamás lo voy a entender, porque todo se produce en uno y no en dos, y no se como hacer que sea doble y no simple.
La última foto, y a dormir. Necesito una en la que te veas radiante, así puedo apreciarte con gusto. Pienso que sólo un plato de salchichas con puré alimentan mi hambre por estar a tu lado. Estás muy cerca, pero cada vez más lejos. Intento darme cuenta, pero no se que estarán pensando tus ojos ahora. Tu mirada desviada. Tus brazos parecen buscar los míos, pero es imposible agarrarlos, porque hay una realidad que nos separa. Miro, y veo un gesto que me debilita.
Al final del día, otro paso hacia la luz, hacia ese punto rodeado de piedra. Ese punto que es difícil de alcanzar, pero de alcanzarlo, nos regalaría la vida eterna...