viernes, 3 de julio de 2009

Ser héroe no tiene precio

Existen montones de cosas que no tienen precio, cuales tienen un valor simbólico que no se cambia por nada.

Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.

La relumbrante oscuridad a diestra y siniestra que rodea la atmosfera de una situación de peligro, suele pasar desapercibida ante el repiqueteo nervioso del corazón, que late con velocidad plagando tu cuerpo de una febril adrenalina, logrando un desesperado impulso por salir airoso de la incómoda situación. Aquella tendencia a desgarrarse el alma con afán de solucionar lo más rápido posible aquel inconveniente que casualmente te plantea la vida en forma de azar, por más simple o difícil que sea, como si se echara a la suerte una moneda de dos caras.
La cosa es que yo estaba ahí, sudando ante la aterradora situación: El cuerpo de ella, permanecía encerrado en un desesperante hecho, preso, inmóvil, sin el aire de libertad que lo rodeaba todos los días. Ella me pedía a gritos que la libere de aquel universo de encierro, provocando en mí la necesidad de hacerlo. Ahí me di cuenta de que no podía seguir mi vida sin rescatarla, sin salvarla, sin ayudarla a ser libre. Por supuesto, ella me devolvería el favor. Si la liberaba, ella me ayudaría después. Mi vida, o por lo menos, ese momento de mi vida, no tenía sentido si ella no era libre. Tenía que rescatarla.
La situación era alarmante: Su delgado cuerpo cubierto tan solo de un tapado Azul Francia, posaba estático bajo aquel inmenso caño de acero, que la dejaba sin posibilidad de escapar. Yo sentía como ella me pedía ayuda, jurándome que me recompensaría. Y poco a poco aquella tensión del ambiente que iba generando este hecho, me penetraba el pecho.
Tuve que decidir. No podía seguir si ella se quedaba ahí.
Tomé el valor necesario, aquel valor que solo los héroes pueden tomar, que más allá de ser héroes por salvarle la vida a la gente y realizar hazañas, son héroes porque con sus actos de honor y valentía se salvan su propia vida, plagándola de un honor indestructible que le vuelca un inmenso sentido de grandeza al correr de sus días.
Entonces me puse en marcha. Levanté el caño de acero, ese que tanto la agobiaba a ella, que luchaba con esfuerzo para liberarse de su cruel pesadilla. Entonces, la dejé en libertad. La saqué de la trampa que le había tendido el destino, y quedó suelta otra vez. Fue ahí en que me convertí en héroe.
Pero ella, aunque cansada por sus esfuerzos, debía recompensar mi acto. Era inmediato. Era casi urgente que lo recompensara cuanto antes.
Aunque aquel drama duró tan solo tres segundos, esos segundos se convirtieron en años para mi y seguramente también para ella.
Por suerte, tuve el coraje de salvarle a tiempo la vida. Pero ella debía recompensarlo. No le quedaba otra salida. Yo debía hacer mi examen de Matemática y ella, como buena lapicera, tenía que prestarse para que yo la utilice, y así graficar en el papel mis conocimientos. Si, “ella”, era mi lapicera. Por eso yo no podía seguir dejándola a ella ahí. Si la dejaba, reprobaba mi examen. Por eso, al darme cuenta de que la había perdido, la encontré allí en el suelo, levanté el pesado pupitre de acero que la aplastaba y le salvé la vida.
Quizá yo debía hacerle algún favor por todos los que me hacía cada día ella. Nunca le pregunté si yo le caía bien, por eso me sentí en deuda, pensando en que quizá ella no me quería, y tenía que hacerme favores sin ganas. Yo siempre la utilicé como un instrumento para expresarme en un papel, pero estoy casi seguro de que ella siempre me utilizó como un instrumento para liberar toda su añeja tinta, que tanto la oprimió siempre desde adentro, liberándose a través mío, soltándose, madurando a medida de que su oscura tinta azul iba desapareciendo, expresando en su idioma escrito lo que a la vez mi mente indicaba, logrando una conexión entre mi mente y su mente, uniendo nuestros pensamientos en un mismo objetivo.
La cosa es que aprobé ese examen. Si no hubiese sido por su ayuda de brindarme recursos para escribir, no hubiese podido demostrarle mis horas de estudio al profesor Conforte. Pero yo también hice lo mío: yo la liberé de su trampa, yo la salvé, y entonces ella me ayudó. Pero yo la había salvado, porque sabía que ella me tenía que ayudar como ya lo había hecho antes, y seguramente yo la había salvado también en alguna otra ocasión, no lo se, no me acuerdo, formándose así un círculo vicioso en el que se incluían dos sujetos: Yo y mi lapicera azul, protagonistas de un lazo excéntrico, compuesto por una extravagante relación de individuos completamente distintos: Uno tenía vida, el otro era de plástico.
Pero que me importan las hazañas de los otros. Solo se que fui héroe y me enorgullezco de eso. Ser el héroe de tu artefacto, aquel que me ayudó a realizar un examen, salvarlo, salvarte a vos mismo. Esa sensación de sentirte un protector, un salvador y un héroe, me corría por las venas embadurnando mi cuerpo de un cálido aroma a victoria. La convicción de lograrlo fue lo que me llevó a cometer aquel acto de valentía, hacia mi lapicera, hacia mí, evitando morder el polvo de la derrota, colocándome en lo más alto del podio, subiendo la escalera del Olimpo, sentándome en el trono del triunfo.
No cambiaría por nada esa sensación de ser un héroe.

Hay muchas cosas que el dinero no puede comprar.

Ser un héroe no tiene precio… Para todo lo demás existe Master Card.

3 comentarios:

Lojodio A. Lojotáreo dijo...

Nuestro blog comenzó a ganar rating, por eso, ahora viene con Publicidad.

Después nos repartimos las ganancias, muchachos

ORSHE dijo...

Ahí está Lojota revelando un universo en una mota de polvo.
Afortunádamente nuestro héroe salvó a su bic y ésta en recompensa devuelve líneas que, un poco, nos salvan a todos nosotros.

Onom Atop Eya dijo...

poquito a poco el pibe va hilvanando su estilo, así como hilvana esta historia, que se teje con el mismo hilo de la vida: el hilo de Ariadna (me recuerda a un vijo sabio...). Parece que la incansable compañera azul tiene tinta para rato. Dejala que fluya...
Un abrazo.

(che, ¿por acá no sabía andar un rusito que cada tanto se contaba un cuento? Que será de la vida de ese muchacho, capaz que se volvió para sus pagos pa' visitar a su amigo Gorva, como a él le gusta llamarlo)
Con cariño.
Pa' blog.