miércoles, 6 de julio de 2011

La vaca difícil

Un muchacho soñaba una noche que era una vaca. Una vaca en un corral lleno de vacas. Nada de su apariencia era muy distinto a la mayoría de las vacas, por lo cual tenía que tener algo que la distinga del resto. Así el granjero podía llevar un registro de cada vaca en particular, para luego producir buena carne y hacer negocios. Entonces, la vaca había sido registrada con un número, el cual llevaba insertado en su oreja todo el tiempo. Era la vaca número 17.
Después de comer y beber con el resto de las vacas, siempre cuando el granjero decidía que era el momento en que las vacas comieran y bebieran, se echaba a dormir también con las demás vacas. El rebaño funcionaba a la perfección y los granjeros tenían todo bajo control.
Fue entonces cuando la vaca se preguntó por qué tendría constantemente ese plástico con el número 17 incrustado en la oreja, si verdaderamente resultaba muy molesto. Entonces se lo quitó. Y al quitárselo, se sentía ajena al ganado, se sentía distinta a las demás vacas que tenían el número en sus orejas. Entonces comenzó a vivir en otra sintonía y a manejar otros horarios. Ya no comía al mismo tiempo que todas, no dormía tampoco al mismo tiempo y se movía por el corral a su gusto.
Un día, al ser un corral no muy grande, en un control de rutina, descubrieron que no tenía inserto el número en su oreja y le pusieron uno nuevo. Y así como se lo volvieron a poner, se lo volvió a quitar. Pero al tiempo se lo volvieron a poner. Entonces, por esa voluntad rebelde, cada vez que escuchaba a los granjeros hablar de ella, la llamaban "la difícil".
Y bueno, así duró un tiempo, luchando por su pequeña libertad, hasta que, desafortunadamente, la mataron para venderla. Quizá porque la tenían vista, o quizá porque era la suerte que corrían todas las vacas al fin y al cabo.
Ahí se despertó el muchacho. Estaba sudando. Se llevó la mano a la oreja y vio que no tenía ningún número. Eso lo alivió momentáneamente. Pero después se quedó helado. Tanteó la mesita de luz y prendió el velador. Y allí descubrió lo que se temía. Sobre ella se encontraba un pequeño librito. Lo abrió. "DNI: 36.357.211", leyó en él.
Se sentó en la cama y lo supo: No era la vaca número diecisiete de un corral. Era el humano número trentaiseis millones, trecientos cincuenta y siete mil docientos once de otro corral. Pero debía conservar consigo ese librito con su número. No debía desecharlo. Lo usaría como disfraz para pasar desapercibido y no ser tenido en la mira, como le pasó a la vaca de su sueño. Cada vez que se lo pidieran, debía tenerlo presente para hacerse pasar por una vaca más de ese corral. Pero había algo positivo: El corral del verdadero muchacho era muchísimo más grande. Podía caminarlo hasta cansarse a la hora que quisiera y en el momento que quisiera, sin aburrirse y corriendo menos riesgos de ser encontrado y hecho un producto de exportación.
De todas formas, debía conformarse con eso, porque si se arriesgaba a escaparse del corral, podía encontrarse con algo mucho peor del otro lado. La vida salvaje seguramente debía de ser muy complicada. En el corral, al menos, tenía al alcance compañía, comida, agua y salud. Al fin y al cabo, el corral era el lugar en donde había nacido y se había criado, y en caso de dejarlo, seguramente lo extrañaría.
Y cuando le llegáse la hora, él moriría como una vaca que encontró la libertad dentro de la esclavitud —porque no nació libre, entonces le sería incómodo serlo— y lo salvaje dentro de la domesticación —porque no nació salvaje, entonces le sería incómodo serlo—.
"Uno es lo que hace con lo que hicieron de él."