jueves, 1 de diciembre de 2011

Cuidado al caer (o mejor no caigas).

Todo comienza con una lágrima de tinta negra, es importante que así sea y no azul, porque el azul es para la escuela, denota lo plástico, la repetición, rutina, trabajo, aquello despojado de todo indicio de vida y sin embargo lejano a la muerte, lo ausente de sentimientos; el negro en cambio se ve imbuido de toda una gama de emociones lúgubres: tristeza, luto, seriedad, lo mortalmente calmo, soledad, frialdad, desazón, angustia, desesperanza.
Si bien hay lágrimas de muchos colores en general estas expresan la exacerbación de una emoción en particular, solo como ejemplo podría pensarse en alguna color roja, que no es más que el regreso de aquel amor que no creímos volver a ver, es decir, una somatización del corazón rebosante de alegría, un pequeño derrame de; independientemente de las miles de manifestaciones presentes en la subjetividad humana, en última instancia habrá que ligarla al desear al otro, al amar. Una lágrima negra en cambio hace corpórea la ausencia de una roja, así como también la ausencia de las demás.
Uno desea siempre no ahogarse en una lágrima negra, pero qué pasa cuando nos es inevitable. Cómo se hace para salir a la superficie y respirar, ver, oír, tocar, y aprehender otros colores. En la medida que no descubramos cómo, estaremos condenados a navegar (en el mejor de los casos) en aquel mar negro, que al horizonte parece eterno. Y entonces respiramos ese aroma fétido y repulsivo; tocamos aquello viscoso y húmedo aunque segundos después frágil, quebradizo, se hace polvo entre los dedos; oímos su quejido lastimoso que si aún lo conservamos, nos paraliza el corazón; no nos atrevemos a abrir la boca, creemos que un leve inhalar nos revolverá el estómago y nos hará vomitar; respecto a lo que vemos, simplemente no lo sabemos, más bien no notamos la diferencia al abrir o cerrar los ojos.
Nada de lo que nos rodea es distinto a aquella lágrima negra. En un ápice de cordura caemos en la cuenta de que no siempre fue así, estamos seguros de que hemos sentido de cinco maneras distintas otros colores, qué hay con ellos, cómo los conocimos y cómo volvemos a encontrarlos. Así fue como hicimos para surgir en la negrura: lo hicimos desde las profundidades por la lógica esperanza de tener lo que perdimos o cambiamos por esta gran ausencia. Luego lo olvidamos en nuestro navegar. Todo parece confuso y la búsqueda de la claridad nos ofrece meros espejismos de colores opacos acuosos llenos de musgo, que de conseguir tentarnos nos asfixiarán en una burbuja pero sin sacarnos de aquella lágrima y esto no es más que condenarnos a la locura.
Llevo años aquí (quizás) navegando sin rumbo, no porque no los haya sino porque ninguno lleva a buen puerto. Si bien he aprendido a escapar a las burbujas y los espejismos ya no me tientan, todavía aguardo porque alguien simplemente seque aquesta, mi lágrima y la torne frágil; confío que el tiempo abrirá entonces una rendija por la que entrará un haz de luz tan nítido y distinto a tanta penumbra que hará nacer una nueva lágrima, ya no negra; me aferraré a ella y poco a poco iré perdiendo tanta ausencia de.