jueves, 11 de junio de 2009

Larga vida a Freud

Pocas son las veces en la vida que lo que te encontrás en la calle, es algo realmente valioso. Pero ahí estaba ella, tirada, sin ningún problema, descansando de su asfixiante vida. Ese cuero negro la conformaba como una billetera hecha y derecha. Y al verla ahí, quieta en el suelo, orgullosa de sí misma, me dio curiosidad. Por eso, creo yo, me tomé el trabajo de caminar hacia ella y levantarla. Quizá si ella se mostraba más indecisa y nerviosa, no me hubiese tomado el trabajo.
Al abrirla, dos billetes de cien pesos, cuatro de veinte y un Documento Nacional de Identidad eran todo su contenido.
Instantáneamente y sin pensarlo, abrí de par en par ese gastado documento para enterarme de quién era la desafortunada persona que, seguramente en ese momento, tenía ganas de perder la vida, por el simple hecho de haber extraviado aquella valiosa billetera. Quizá era alguien adinerado al que no le molestaba mucho haber perdido esos doscientos ochenta pesos, o quizá era alguien que los necesitaba de verdad. Pero sin duda, más allá del dinero, que al fin y al cabo va y viene, lo peor de todo era perder el documento. Porque si perdés la plata, vas a seguir trabajando para volver a ganarla, y aunque no la perdieras, lo mismo seguirías trabajando. En cambio, tener que hacer un trámite innecesario que encima ya lo hiciste antes, es realmente estresante.

“Carmen Sastre” se leía. Nacida un 21 de Julio de 1961.

Pobre Carmen, pensé yo. En ese momento debía estar pasándola muy mal.¿Qué tenía yo que hacer?
El hecho de sentir pena por ella, me hacía dar ganas de buscarla y devolverle su tranquila billetera, pero a su vez, era muy tentadora para mí, la oferta de doscientos ochenta pesos a cambio de nada. Y, como de costumbre, mi mente se dividió en tres.

SUPERYÓ: -Na, devolveselá, vieja. Pensá, pobre mujer. Andá a saber si necesita la guita, si tiene algún pariente enfermo y tiene que comprarle los remedios, o si es pobre y tiene que mantener a toda una familia ella sola… No te colgués, capás que lo necesita mas que vos, que seguro lo gastas en pelotudeces. No seas otario… Pensá en los demás alguna vez.

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, pobre mina…

ELLO: -Volá, che superyó ocote, se la tiene que quedar, gil. ¡Dá, quédatela, no seas cagón!. Si esa vieja de mierda debe estar cagada en oro. Dale, así te comprás esos juegos de Play que tan de diez… ¡Dale, si nadie se va a dar cuenta, la perdió, que se joda! Si hubiese sido tan importante esa plata, no la hubiese perdido. Seguro tiene pa’ tirá manteca al techo. ¡Dale, guardate la plata y picá llanta, no seas gil. Te re conviene!

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, taría bueno…

SUPERYÓ: -Capás que se le cayó sin querer y ahora esta re mal… Pensá un toque, loco. Imaginate que a vos te pasa… Te gustaría que te la devuelvan. Se generoso y solidario y devolvela.

YO: (Dubitativo)…- Si, no se… Que se yo… Bueno, no se… Puede ser, pobre mina…

ELLO: -Dá, si no hay drama. ¡Vos pensá en las cosas que podes hacer con esa plata! Es obvio que te va a servir mucho más a vos que a ella… ¡Ya está, no lo dudes más, actuá ahora!

YO: (Dubitativo)…- Mmmm… Bueno, no se… pero ¿Qué hago con el documento?... No se… Si, que se yo…

SUPERYÓ: -Agarrá, fijate la dirección o el teléfono, contactáte con ella, y devolvele sus cosas como corresponde…

ELLO: -¡Pero tirálo en algunos yuyos al documento viejo ese! Dale macho, ¡Reaccioná!

En mi cabeza se generaba un debate típico, que siempre solía ocurrir. La duda era la principal partícipe de todo. Pero finalmente, el tan dubitativo YO, tomó una decisión:

YO: -Bue, ya ta. La llamo a doña Carmen, le devuelvo la plata, le devuelvo el documento, pero le digo que me regale la billetera, así por lo menos salgo ganando algo. Además está bonita la billetera está…

SUPERYÓ: -Me parece bien, que se yo. Por lo menos te diste cuenta de que la plata y el documento son muy importantes para la señora. Lo ideal sería que le devuelvas hasta la billetera que es suya, pero supongo que así está bien…

ELLO: -Si, que se yo… Mientras te quedes con algo, todo bien. Despué la podemo’ vender a esa, no? ¿E’ de cuero, o de que lo queso?


La decisión había sido tomada. Al llegar a casa, la llamé por teléfono. Carmencita se encantó con la noticia, y no paraba de agradecerme. Cuando me arriesgué a pedirle como recompensa la billetera, ella me ofreció dinero.

SUPERYÓ: -No, no, está mal. Decile que preferís la billetera, no seas tan colgado…

ELLO: -¡Dá, ahí nomá, decile que si!

YO: -No, bueno, señora, gracias por la oferta, pero me gustaría más la billetera, ¿Puede ser?

Ella vino por lo suyo esa tarde. Me volvió a dar las gracias y me besó las dos mejillas. En un acto de humor se despidió de su billetera, me volvió a agradecer, y se marchó. Al final, no parecía para nada una señora de bajos recursos. Es más, hasta podría decir que su collar era de oro. Pero que me importa, al fin y al cabo, la plata era suya. Creo que hice lo correcto.

Por suerte y con la ayuda de Freud, existen dos personas que me acompañan a la hora de tomar decisiones. Por suerte digo, porque esas dos personas no son tan dubitativas como el YO, y te incentivan a decidirte por una cosa o la otra.
A veces le hago caso a los impulsos del ELLO, pero nunca puedo saber como voy a terminar. Por eso, casi siempre, opto por hacerle caso al SUPERYÓ, que me reprime y me prohíbe, pero hace mas chico mi margen de error. Algo que suele llevarte por buen camino.
Además, sin la ayuda de ellas, capas que hoy no tendría en mi poder esa agrandada billetera de cuero negro, que alguna vez fue pertenencia de Carmen Sastre, y que hoy descansa tranquila en mi mesa de luz, quizá, en espera de nuevas aventuras…

YO:- No se como terminar el cuento…
ELLO:- Dale, seguílo, escribí todo lo que pensás…
SUPERYÓ:- Dejalo acá, no seas denso. FIN.

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