martes, 28 de abril de 2009

Aquel muchacho...

Caminando por el centro, solitario, tranquilo, me fui adaptando al siempre excelente análisis de alguna persona elegida de entre toda la gente que camina, al igual que uno, como hormigas por la calle. La incesante tendencia a saber que irá pensando esa persona que pasó a tu lado, o lo que le pasó en el día, o lo que le pasará más tarde.
Como de costumbre, enganché el análisis en un flaco solitario que pasaba tranquilo, caminando a paso lento. Él, seguro había tenido uno de esos días comunes, pero comunes estereotipo. De esos días en que nada feliz ni nada triste marca el libre transcurrir de tus horas. De hecho, que cosa importante le iba a haber pasado, si el pibe iba muy tranquilo y solo, caminando por la calle, perdido en sus pensamientos. Su vestimenta simple, al igual que su peinado, daban la impresión de que su vida no era ni muy alocada, ni muy aburrida. Su forma de caminar era lenta, casi arrastrando los pies, mientras llevaba un bolso cruzado que iba desde el hombro derecho hacia la pierna izquierda, revelando que, seguramente, venía de la escuela o de algún tipo de academia, no se. Pensé, pero ni se me ocurrió hacia donde iba. Su destino parecía muy incierto. Pero algo en su rostro me pareció conocido. De golpe, las ganas de analizarlo se me fueron. No tenía ningún sentido ni ninguna diversión analizar a ese muchacho tan común y tan repetido en un lugar tan plagado de personas. Era otro de los tantos casos que aburría analizar. Lo único que supe con claridad, es que el muchacho parecía estar pensando en algo. Se le notaba en la expresión de su rostro. Y fue ahí que me di cuenta de que no valía la pena analizarlo más. Él, definitivamente, iba pensando. Iba pensando, analizando algo. Entonces otra vez lo supe: No servía de nada elegir a esa persona, cuando me di cuenta de que estaba mirando un espejo, con mi propio cuerpo reflejado en él.
El grito de un vendedor ambulante que vendía el nuevo “Tomate Loco” desvió mi mente, y en menos de un segundo, el recuerdo de tener que estudiar para el examen del día siguiente, ocupó mi cabeza otra vez.

lunes, 20 de abril de 2009

Trilogía de un encuentro

Vello Público
¿Por qué la visceral víscera de la diferenciación se retuerce exitada ante el más mínimo indicio de distinción, sea ésta del tipo que sea? La sola idea de un público oculto en algún rincón, público virtual, ideal, imaginario y real toda vez que actúa efectivamente como interlocutor, esa sola idea es suficiente para movilizar un caudal enorme de energía tendiente a responder a sus demandas.

Identi-Kit (en pack de tres...)
Cuando en un recodo del día te chocás con el aliento del que aún no ha muerto, la letra dormida de esa canción que siempre te sonó familiar, antigua, vuelve a sacudirte del sopor letal de la monotonía. Lugares comúnes, esbozos de gestos que alguna vez recorrieron tu rostro, hilachas casi imperceptibles de las ropas que algún día te sirvieron para caminar un tramo en la penumbra (aunque solo fueran un par de pasos), aparecen y se esfuman, apenas son un brillo en un pasaje oscuro de un relato (que recuerda tanto a un viejo sueño).

Deshojando la modorra
Un parpadeo de más y se me pasa la vida; caminando y tropezando (siempre con la misma piedra) fuimos prepeando al tiempo, que presuroso y cobarde nos iba pungueando días. En una tregua del cansancio, me topé con dos sueñeros que me enseñaron que la victoria se plasmaba efímera (pero rotunda) solo en los desvelos oníricos por donde navegamos cada tanto.
Salud, hidalgos del sueño!!!

lunes, 13 de abril de 2009

Todo un desafío

El sol tenue y primaveral iluminaba el barrio, que se encontraba desolado esa tarde. Yo caminaba por la vereda con un aire tranquilo y silencioso, mientras el canto de los pájaros y los ladridos de un perro eran los únicos sonidos de la cuadra, que se encontraba tan vacía como nunca.
Con el objetivo de llegar a mi destino, mis pasos comenzaban a apresurarse, llevando a mi cuerpo a un ritmo veloz. Mi vista se fijó en el suelo, mientras mi mente pensativa deambulaba por las insignificantes profundidades de la vida. Por un momento no me di cuenta, pero luego entendí que, como muchas otras veces en mi vida, la despareja vereda roja con tiras de baldosa negra se habían convertido automáticamente en un juego casual. Mientras mi mente estaba en otro lado, mis pies caminaban intentando pisar solo la baldosa roja evitando cada hilera de esas baldosas tan negras como la oscuridad. ¿Por qué no debía pisar las negras? Nada tenía que ver con el racismo, pero nunca lo supe. El color de las líneas variaba dependiendo la vereda. Nada tenía que ver el color. Siempre surgía en mi, tal vez debido al aburrimiento de caminar solo por la calle, la necesidad de jugar a no pisar determinadas marcas en el suelo. En este caso, las baldosas negras. Pero inmediatamente lo acepté. Tranquilamente me podría haber dicho a mi mismo: “Dejá de jugar a esta pelotudés”. Pero no. Decidí aceptar el desafío. Miré el camino restante, visualicé los obstáculos y la cantidad de líneas negras que quedaban antes de llegar a mi destino, y me metí en la misión de llegar allí victorioso. De repente, mi paso silencioso se convirtió en un movimiento de destreza y agilidad, llenando mis venas de adrenalina pura; las baldosas negras dejaron de ser baldosas para convertirse en surcos de lava volcánica, que, de pisarla, perdería alguno de mis pies; el canto de los pájaros y el ladrido del perro se transformaron en la canción de misión imposible, vistiendo al desolado barrio en un ambiente de peligro; y mi objetivo, aunque siempre estuvo en el mismo lugar, ahora era cada vez más inalcanzable. Durante unos segundos que parecieron horas, fui una especie de Tom Cruise luchando por llegar con vida a mi destino. Y, gracias a mi voluntad de hierro, finalmente logré mi objetivo. Llegué a la puerta.
Hasta el día de hoy, no logro comprender la voluntad y las ganas que le pongo a este tipo de insignificantes pruebas de destreza física y capacidad humana, por más que se trate de algo tan simple y absurdo, como levantar los pies para esquivar baldosas de otro color. Quizá el ser humano, desde el remoto inicio de sus tiempos, está predestinado a ser desafiado por su entorno social y natural, o quizá, él mismo sea el que busca permanentemente desafíos por todos lados de una forma innecesaria. Tal vez esté en nuestra sangre, grabado en nuestro ADN, por generaciones y generaciones, las ganas de desafiarnos a nosotros mismos, para demostrarnos que podemos superarnos. Es esa necesidad de competir contra nuestras propias condiciones, contra nuestra propia resistencia. Es una forma de competir por algo, por más que estemos solos, sumidos en lo más profundo de nuestra esencia.
Tras llamar a la puerta, esta se abrió. En el umbral, apareció su silueta. Entonces, el peligroso camino volvió a ser la cuadra del barrio desolado; la canción de misión imposible se apagó para darle lugar al canto de los pájaros (el perro ya no ladraba); la lava volvió a convertirse en las baldosas negras; y la adrenalina en mi cuerpo cesó, para darle paso otra vez a la tranquilidad silenciosa. Abandoné esa crítica realidad producida en mi mente, para meterme en un desafío más importante: la vida real. La miré a los ojos, le sonreí y juntos entramos a la casa, dejando atrás aquel desafiante escenario que, a pesar de ser una simple vereda, seguramente se cobró varias vidas…

Hitaso...

Nuevo título, nueva piel, nuevo artista. La red tiembla ante el paso firme y decidido de la bestia bloggera que promete (pero no cumple) arrasar con las pupilas, pestañas y neuronas del que se le anime a los relatos extravagantes, delirios sistemáticos y fragmentos oníricos, que brotan a montones (?) de las fauces de este monstruo tricéfalo.

El clamor de la audiencia ya se oye a lo lejos...

Se aceptan críticas de los compañeros de trébol.

domingo, 12 de abril de 2009

El Toboyi

El Toboyi era un planeta muy raro. De hecho, era muy parecido al planeta Tierra. Por eso lo de raro. De hecho, era igual al planeta Tierra. La misma raza humana, los mismos fenómenos naturales, los mismos idiomas, las mismas culturas, la misma tecnología y el mismo sistema. Bueno, no el mismo sistema, porque, claro, ese es el punto de la cuestión. Es decir, el sistema se trataba, al igual que en la Tierra, de que el más poderoso cagaba al más débil; el racismo y la discriminación eran también determinantes, pero había algo que diferenciaba al Toboyi de nuestro planeta. En la Tierra, el dinero es el principal dominador de todas las operaciones económicas, sociales y políticas, tanto como para pagar la deuda externa, como para comprar un juguito congelado en el almacén del barrio, en el que casi siempre el almacenero posee el mote de “El Pelado”. Bueno, justamente eso es lo que no existía en el Toboyi. No existían las transacciones monetarias. En ese lejano planeta, para conseguir objetos, productos o lo que fuere que en la Tierra había que pagarlo, no había otra cosa que hacer, más que recibir un golpe. Allí, cada persona que quería comprar algo, que en realidad ellos no lo llamaban comprar, si no conseguir, debía poner la cara o el cuerpo a merced del vendedor o, como ellos llamaban, dador, para que este les propinara un golpe. Es decir, todo el sistema, que en la Tierra era controlado por las compras, las ventas, los impuestos, los intereses y el capital, en el Toboyi se controlaba con golpes.
Por supuesto, todo estaba regulado. Si uno quería conseguir un chicle, se dirigía al kiosco, le ponía el brazo en el mostrador al kiosquero, y este le proporcionaba un chasqui. Cada producto tenía pactada una parte del cuerpo en la cual se aplicaría el golpe. Lo más feo, era ir a conseguir preservativos. También, dependiendo de la importancia y escasez del producto, variaba la cantidad de golpes y la intensidad de cada uno. Triste fue el día en que Martín Malamerdi consiguió una Mansión en el caribe. Ese tipo de casos aumentaban el trabajo en los hospitales, que, ahora que los menciono, tenían un papel fundamental en aquel mundo, así como el papel que tienen los bancos en el planeta Tierra.
Todas las reglas estaban escritas. El que proporcionaba más golpes que lo pactado o con mayor fuerza, era juzgado por un tribunal, y hasta podía ir a prisión. Por supuesto, había muy pocos delitos, porque nadie pegaba más de la cuenta por miedo a que le hicieran lo mismo. Obviamente, siempre había un cretino que se excedía, y le daba trabajo a la justicia.
Los trabajos no eran a cambio de retribuciones ni salarios. Nadie trabajaba, como en la Tierra, para cobrar nada. Allí cada uno trabajaba de lo que quería, por libre elección y gusto. Los gobernantes eran elegidos por los mismos ciudadanos, votando a las personas más capaces y sinceras, que luego administrarían correctamente a sus naciones, debido a que en caso de cometer errores, cualquier ciudadano tenía la libertad de propinarles un golpe sin ser juzgados. El Estado recomendaba a los estudiantes a orientarse en carreras en las que faltaba profesionales, así los trabajos y las profesiones eran equilibradas. Así, tanto un peón de campo tenía igualdad de condiciones con un Juez para obtener un auto importado, una casa lujosa o un reloj de oro. Sólo era cuestión de poner el cuerpo y recibir el golpe pactado. Por supuesto, el sistema estaba tan bien planeado, que ningún golpe podía derivar en la muerte del conseguidor.
Como contaba al principio, al igual que en la Tierra, existía el dominio del fuerte sobre el débil, pero esto, se debía a que el fuerte siempre era el delincuente que se animaba a excederse en los golpes. Entonces, en ese mundo, no existía la violencia, ya que si la gente se peleaba en la calle, era como si en el planeta Tierra la gente se regalara plata o productos, por lo tanto, eso no sucedía.
No había desigualdad de riquezas, ya que cada uno conseguía lo que quería; los hospitales funcionaban con mucho éxito; la violencia era solo verbal; la gente trabajaba por sumo gusto; nadie intentaba conseguir alocadamente cosas, así no dañar su salud; todos vivían de una forma menos alocada que en la Tierra. Había errores en el sistema, claro está, pero todos los sistemas pueden tener errores. Si no, preguntale al capitalismo.
Yo no se si me gustaría vivir en el Toboyi, pero eso lo digo porque nunca estuve allí. Lo que si se, es que ni Bush, ni Menem ni Blatter se sentirían muy comodos ahí.
Igual, Fabio Moli o el Huracán Narváez irían presos…

“¡Pum!, bollazón en el ojo, pero me conseguí la bicicleta…” Como decía aquel viejo refrán de aquel lejano planeta. Tan lejano al nuestro…