domingo, 1 de febrero de 2009

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Horrible pena me atosiga; pues los versos ya no fluyen de mi ser, no puede mi alma expresar su dicha. Mi corazón ya no razona conmigo, pero esto no puedo decirlo porque la tinta no impregna el papel y la goma no deja avanzar el grafito. De vez en cuando se escucha un poco, pero no es mas que el eco de lo que en realidad fue, es, será. El eco es solo el surco en donde alguna vez navegó una lágrima, es una difusa huella de plegarias por un cese del dolor. Esto tampoco lo sabrás porque las palabras se rehusan a ser parte de mi causa. Se me ha negado la posibilidad de sufrir, no es que no lo haga, es simplemente que no puedo sentirlo, no se me permite. La avaricia de mi corazón ha querido retenerlo todo: el odio, la tristeza, la amargura, el suplicio, el dolor, el miedo al terror. Pero de ello no habrá ni rumores, pues mi boca es una carcel celosamente custodiada.
Infinitas veces he confesado que una puntada en el pecho es síntoma de que una musa se aproxima y una vez que ella se adueña del corazón... aquellos tesoros guardados por años en mi pecho resurgirán uno por uno y me azotarán hasta que mi vida penda de un hilo, y es ahí cuando me dejarán tranquilo, pero solo si les prometo libertad... Y entonces cascadas sordas caerán en las noche de un cuarto cerrado, la música hablará por mi, y en sus versos arrastrará cada una de mis penas. Poco a poco me quedaré dormido y será otro día. Enfrentaré al mundo y te veré en él, deseando que pronto oscuresca de nuevo en mi cuarto, para poder seguir vaciandome en llanto y pena. Pero de esto no sabrás nada, ni dudarás de que existe, pues no es momento de que oscuresca y la música aun no ha sonado.