jueves, 23 de julio de 2009

Insensibles

La avalancha de acartonados minutos choca contra la escollera de su pecho, que con su vaivén estático logró descolgarlos de los escaparates de una quiniela cercana; los relojes pulsera gatean hasta sus pies y le tarasconean los tobillos; los conductores de televisión, con sus programas que comienzan al finalizar el anterior, lo atropellan con sus espíritus de muñeco inflable de gomería para robarle aunque sea un gesto de asco...
La vida siempre fue para él una sucesión de momentos cronométricamente planificados, sin lugar para la sorpresa que representa, por ejemplo, el regalo de un pato para tu cumpleaños... quizás sí tenía sorpresas, pero solo en los momentos pautados para ello. Muy feliz en su cubículo de prefabricada alegría, trabajó durante años retapizando las paredes con paisajes caribeños, rutas perdidas en la montaña, pueblos desconocidos con habitantes extrañamente familiares, amigos imaginarios que lo saludaban cada tanto... Quizás fue víctima de otro mito publicitarios, quizás solo lo deseó, pero un día la Duracell, que rinde más que las otras, extinguió el andar incesante de su redondo reloj de pared con números romanos; el gentil quiosquero del barrio, sumergido en un tren de pánico o aferrado al último grito de la moda, había remplazado su muestrario de pilas por un hermosa parva de barbijos multicolor...
Quieto, con su orbe temporal impotente en las manos, se percató por primera vez en la vida de que podía sentarse en la vereda y comerce un choripan de diario con una Coca que hace mal...
Pobre diablo...

1 comentario:

Lojodio A. Lojotáreo dijo...

Si. Pobre diablo.

Triste la vida del muchacho...