sábado, 27 de octubre de 2012

Derrotismo

Una niña juega dulcemente en el patio de su jardín. Al cabo de un rato, alguien le ordena ingresar al salón. La maestra de la salita Verde tiene esa injerencia sobre ella. Al finalizar su jornada laboral, dicha maestra pasa por dirección. Allí, la directora la saluda cordialmente y la obliga a firmar antes unos papeles sobre un tema legal. Esa directora es su superior, por ende, tiene la potestad de imperar sobre sus actos. Esta mujer, la directora, ese día llega a su casa algo exhausta, y allí se le ocurre ampliar un sector de la escuelita. Para ello debe recurrir a una autoridad de la educación local, la rectora de la Universidad de la cual depende la escuela. Esa rectora, para brindar los fondos, debe solicitar un pedido firmado a alguien con aún más poder que ella: el ministro de educación de la ciudad. Ese ministro no puede garantizar el préstamo sin antes escuchar el "ok" de su superior, el intendente. El intendente de la ciudad es un hombre poderoso. Pero no lo es tanto como aquel que tiene injerencia sobre él y los demás intendentes de la zona: el gobernador. El gobernador, un hombre con bastante poder de ejecución sobre un amplio número de personas, pasa su mandato tomando difíciles e incómodas decisiones. Sin embargo, ese número de personas sobre las cuáles tiene poder, aún es restringido. Hay quien tiene un mayor alcance a nivel nacional: el presidente. Sí. El señor presidente.
La pregunta es: ¿Qué nos hace pensar que la cadena vertical ahí concluye? ¿No es, acaso, demasiado probable que el presidente sea subordinado por un "director mundial"?
No lo conocemos. Nunca nos hablaron de él. Bueno, a lo mejor esa sea su tarea. Esperar que todos creamos en nuestro país como un ente independiente. Quizá sea una forma de mantener con esperanza a las personas. "Pero alguien debería haberlo visto". Bueno, yo nunca vi ni siquiera a mi gobernador en vivo y en directo. Jamás a mi presidente. ¿Por qué vería al director del mundo?
Si esa persona no existiese, como decía René Descartes, no tendríamos en la cabeza la idea de que existe un Dios. Si alguien con ese nivel de superioridad no nos hubiese metido inconscientemente en la cabeza la posibilidad de su existencia, nunca hubiesemos imaginado la inmortalidad de un ser, porque no es algo sobre lo cuál podríamos tener la experiencia de conocer. No necesariamente el dueño del mundo sea inmortal, pero su poder es tan grande que la idea inconsciente de su posible existencia le otorga divinidad automáticamente.
¿Qué nos hace pensar, además, que ese director del mundo no responde a un superior interplanetario? ¿Que la vida en otros planetas no existe? A lo mejor, hacernos creer que no, es una estrategia política. "Si así fuese deberíamos haber visto algún extraterrestre". Puede ser, yo nunca vi uno. Pero tampoco vi a un irlandés, y eso que supuestamente viven en mi mismo mundo.
Mientras el Gran Hermano, o Dios, juega al TEG con nosotros, nosotros jugamos a ser alguien importante. Jugamos a tener familia, una carrera, un trabajo. Nos brindan esa posibilidad de elegir, de jugar, de divertirnos, posiblemente para no bajar los brazos y seguir haciendo que todo funcione. Tomamos decisiones, pero nunca dejamos de ser soldados de él. Si no lo fueramos, ya no le serviríamos. Mientras nos sigamos reproduciendo, seguiremos siendo cómplices de la esclavitud humana. La vida no existe, es un engaño organizado.