viernes, 4 de abril de 2008

Algunas veces, cuando todo se calla, se puede sentir como el día nos lame con su lengua de tiempo. Deslizándose suavemente, pequeñas migas de nuestra panificada existencia nos avandonan junto a la crónica saliva en la que nadamos. Por qué será que el tiempo necesita de nosotros, esos ínfimos fragmentos que nos arrebata constantemente, será que su existencia es sólo eso. Desde tiempos inmemoriales (donde no había memoria del tiempo), magos y alquimistas diseñan artefactos capaces de capturar pequeñas porciones de nuestro amigo efímero, como herméticas peceras que salvaguardan a su propietario de la erosión de ese famoso río de Heráclito. Pero desde esas esferas algo se filtra, el ir y venir eterno se transformó en una histérica agujita corriendo tras nosotros siempre activa y decidida, siempre con el taxímetro prendido cotizando en oro. Desde ese momento el tiempo dejó de abrazarnos y soltarnos para volvernos a abrazar, desde ese momento se sentó cómodamente en sus relojitos de arena, de bolsillo, de pared, de pulsera, digitales o analógicos, para vernos huir de él si darnos cuenta de que en esa huida vamos perdiendo las migajas que creíamos salvar. Por qué será que necesitamos esas pequeñas porciones de tiempo enjaulado, será que nuestra existencia depende ahora de ello.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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