domingo, 18 de julio de 2010

Lo que permite avanzar

Un susurro matutino ilumina el pasillo. Varios son los segundos de titubeo, pero una corazonada eléctrica impulsa a dar el primer paso. El tiempo que se arremolina y te golpea en el rostro como navajas de cristal y tu destino se nubla con cada sensación ficticia. Un huracán de deseos invaden hasta el más recóndito rincón de esperanza, que se mezcla con una cucharada de azúcar al revolverse como un café cortado en una taza de porcelana. Una mirada de reojo que nos surge inconsciente, atraviesa toda la fría habitación esperando encontrarse con ese recuerdo lúcido, pero de golpe no existe tal recuerdo, y en su lugar resplandece un dejo de bronca. De nada sirve mirar el reloj, total siempre marca la misma hora y lo peor es que antes de mirarlo ya sabíamos lo que diría. Medio trébol de conciencia nos tironea de la camisa, como intentando alertarnos de algo. Las voces que una vez sonaron, ahora suenan más fuerte. Parece inalcanzable el hecho de entender el por qué de esos pasos, pero eso parece ya no importar, porque los pies se mueven solos. Si existiese una explicación válida, tampoco tendría caso. De que serviría saber el por qué, si lo mismo hay que seguirlo haciendo. Los latidos del incesante corazón se apuran como si los persiguiera el diablo, procurando acelerar el proceso, para así lograr situar los hechos dentro de una digna caja de posibilidades. Las partes del cuerpo no coordinan, pero como tienen que coordinar porque no les queda otra, lo hacen a la fuerza, con presión y mal, generando un sistema deforme de coacción entre ellas. Las gotas de tiempo cada vez son más grandes y duelen más, y lo peor es que eso no deja la posibilidad de ir a comprar curitas a una farmacia. No hay tiempo para eso. Las heridas son grandes, pero ya se curarán solas. La respiración suena molesta, pero hay que seguir sin prestarle atención. Un arcoíris de ideas que aparece cada tanto, pero no tenemos que pensar en eso, porque al perdernos entre sus colores nos desviamos de nuestro destino. Nuestros poros piden a gritos un poco de piedad, pues el sudor que rebalsa de ellos no es un sudor digno, si no que es amarrete y resentido. La boca reseca y los parpados pesados son indicio de que algo no funciona bien, porque no es agradable. Nuestros sentidos se encienden en llamas al pensar en que podrían estar saboreando maravillas absolutas, en lugar de sucias migajas pegajosas. Y cuando nuestro pecho ya se desangra ante semejante tajo inmenso, llega el fin del trayecto, en el que nuestros pasos se frenan y le dejan por primera vez en el día un lugarcito a una pregunta: “¿Por qué lo sigo haciendo?”. Pero sí, ese lugarcito para tan importante pregunta apareció, pero descuidadamente al otro día todo va a volver a ser igual. Misma cantidad de pasos, mismo camino, mismas heridas. Y la pregunta que tuvo lugar genera una nube que entorpece todo aún más. Pensamos y deambulamos por los rincones de nuestro ser. Para que seguir recorriendo ese inexplicable y doloroso camino sin sentido, si el arcoíris colorido es más bonito. Y es allí cuando volvemos a sorprendernos. Es allí cuando recordamos algo: La cucharada de azúcar que había caído como una brillante nieve blanca en la fría taza de porcelana, fue una demostración de eso que nos deja seguir caminando, aunque no nos guste, aunque no entendamos por qué. Porque en medio de tantos pasos inconclusos, en medio de tanta confusión, en medio de tanto dolor y bronca, son esas hermosas cucharadas dulces, esas pequeñas sorpresas mágicas de la vida, a veces grandes y otras veces chiquitas, que caen desde lo alto para rociarnos de sonrisas y ganas para hacer que todo nos cueste un poquito menos.

2 comentarios:

Onom Atop Eya dijo...

sombrios los caminos que se presentan al caminante. a veces es bueno estar acompañado...

ORSHE dijo...

mimajiné la levantada palescuela. Debe estar aspera, yo no lo recuerdo muy bien, porque me levanto como a las ocho y boludeo como hasta las nueve y media antes de empezar a trabajar.
Pero buen! no siempre fue asi!